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domingo, noviembre 05, 2006

Del Boletín nº 165 de Octubre-Diciembre de Manos Unidas



Vidas por el Reino de la Vida


"Vivir y no tener vergüenza de ser feliz" dice la canción brasileña. Y ésta es simultáneamente la más elemental y la más suprema aspiración de todo ser humano. Vivir y ser feliz; no sobrevivir apenas. En cualquier Filosofía y en cualquier Teología el tema central, en última instancia, es la vida; y más explícitamente la vida en plenitud. Vivir sabiendo por qué se vive: las causas de la vida valen más que la vida misma, porque le dan a la vida su razón de ser. Vivir armónicamente, llevando hacia delante esas varias tensiones del ser humano, conflictivas entre sí y hasta contradictorias, pero que un vivir armónico conjuga y equilibra para una creciente plenitud. Una vida feliz: ésta es la primordial, la irrenunciable, la máxima aspiración humana.


Todas las religiones adoran e invocan, a su modo, al Dios de la Vida. Porque Dios da la vida, la sustenta, la protege. Y Dios planifica la vida más allá de la muerte. Para nuestra fe cristiana, la Biblia repite, con expresiones consagradas, que Dios es el Señor y Dador de la vida. Su oferta a la Humanidad es la vida precisamente: una vida honesta, una vida feliz. Entre los dos posibles caminos (el de la vida y el de la muerte), Dios hace a la libertad humana la oferta de la vida. En el Evangelio Jesús proclama repetidamente que Él es la Vida, que Dios no es Dios de muertos sino de vivientes, que Él, Jesús de Nazaret, ha venido precisamente para que todos tengamos vida y la tengamos en plenitud.

Vidas auténticas


La realidad, de hoy y de ayer, más parece ser de muerte que de vida. En este mundo embustero y cruel hay vidas y vidas; hay vidas eufóricas, excesivas incluso, y hay raquíticas sobrevivencias. Vidas de primera clase y vidas de tercera clase, un primer mundo y un tercer mundo, y un cuarto mundo también. El santo patriarca de América, Bartolomé de las Casas, denunciaba proféticamente “las muertes antes de tiempo”. Hoy siguen muriendo, de hambre, de enfermedades curables, millones de vidas humanas, antes de tiempo y en el mayor absurdo, en un verdadero humanicidio global. Dos tercios de la humanidad tienen la vida, o prohibida categóricamente o cínicamente cohibida. Y de esa trágica y blasfema realidad nosotros somos testigos.

Manos Unidas quiere convidarnos a ser “Testigos y Cuidadores de la Vida”. No haría falta la invitación; no debería hacer falta. La vocación, la misión, el servicio diario de toda vida humana es anunciar la vida, defender la vida, dar vida, hacer posible la vida “feliz”. Hoy sí y mañana también, porque tienen el mismo derecho nuestras vidas presentes que las vidas futuras. Estamos empezando a despertar, sobresaltados, delante de la estructurada iniquidad de nuestro mundo sumergido en un capitalismo neoliberal que es simultáneamente homicida, ecocida y suicida.

Si queremos ser vidas humanas decentes, si queremos ser vidas cristianas auténticas, hemos de cultivar con mimo, gratuitamente, corresponsablemente, la espiritualidad de la vida. Una espiritualidad holística. La espiritualidad del “cuidado”, que nos está recordando últimamente, con insistencia, el teólogo ecologista Leonardo Boff. Un diálogo libre, adulto y fraterno, de las espiritualidades occidentales con las espiritualidades orientales, viene favoreciendo el descubrimiento y la vivencia de esa espiritualidad total, integralmente humana, panenteística incluso. Ese cuidado con la vida, que nos obligará a medir los gestos, las palabras, las decisiones. Ese vivir “como Dios manda”, en casa, en el vecindario, en el trabajo, en el ocio y la diversión o en el dolor y en la lucha; en la política, también en la profanada política que debería ser el cuidado de la vida de las personas y de los pueblos.

Irrenunciable misión

Hace treinta años que el jesuita misionero, João Bosco Penido Burnier, cayó mártir, a mis pies, asesinado por la policía militar, cuando él y yo intentábamos liberar a dos mujeres campesinas torturadas por esa policía. A raíz de este martirio, construimos el Santuario dos Mártires da Caminhada Latino-americana y, cada mes de julio, venimos celebrando la Romería de los Mártires, fielmente, comprometidamente, acompañados de muchos hermanos y hermanas que sienten el mismo deber y la misma alegría de ser testigos de testigos. Testigos de aquellos y aquellas que dieron su vida y hasta su muerte, por la vida.

El Santuario está dedicado no sólo a los mártires de la fe cristiana, explícitamente tales, sino también a todos los mártires de la vida, por la vida, por las diferentes causas de la vida. La misma Iglesia se ha ido abriendo, hasta oficialmente en cierta medida, a esa comprensión mayor del martirio. Dar la vida por la vida (la justicia y la paz, los derechos humanos, la identidad reconocida de los pueblos y de las etnias, la tierra, el agua, la ecología…) es dar la vida por el Reino del Dios de la Vida.

Deberíamos entender y asumir, con lucidez, superando dicotomías, que todas las causas de la vida son causas de Dios, que el Reino de Dios es el Reino de la Vida, que no es posible amar a Dios y servir a Dios sin amar la Vida y servir la Vida. Nosotros, nosotras, esa pretenciosa tribu de los cristianos y cristianas, que tan orondamente nos consideramos Pueblo Elegido, tenemos una irrenunciable misión de ser testigos de la vida. ¿No somos testigos de la Pascua?

Manos Unidas nos invita a ser “Testigos y Cuidadores de la Vida”. Manos unidas, vidas unidas. Cada vez más compenetrándonos con la vida sufrida, prohibida tal vez, de millones de hermanos y hermanas de vida. Cada vez más deberíamos entender como imposible una vida que no sea solidaria, minuto a minuto, palmo a palmo, con todas las demás vidas. No podemos ser testigos perjuros de la vida. Si profesamos la fe en el Dios de la Vida y celebramos el Misterio Pascual, no podemos renegar en la práctica de esa fe. “En la tarde de la vida seremos juzgados en el amor”, canta San Juan de la Cruz. En el amor a la Vida seremos juzgados. Como el otro Juan, en su primera carta, nosotros, nosotras, humildemente, pero con gallardía evangelizadora, seremos testigos y cuidadores del don de la vida. “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es nuestro tema: la Palabra de vida. La vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y os anunciamos la Vida que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que vimos y oímos os lo anunciamos también a vosotros para que compartáis nuestra vida, como nosotros la compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que se colme vuestra alegría.”


Fuente: Boletín nº 165 (Octubre-Diciembre) Manos Unidas