Antonio Hernández-Carrillo
Publicado en nº 105 del periódico "TU"
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-----Nuestros pueblos constituyen ya un espectáculo nuevo y distinto por la multitud de lenguas, colores, razas y naciones de los emigrantes que en ellos se buscan
-----Este mundo sin fronteras me recuerda siempre la lectura que hacemos el día de Pentecostés (Hechos de los Apóstoles 2, 1-11) en la que se narra la venida del Espíritu Santo y en la que se cuenta la cantidad de pueblos que se encontraban allí en esos momentos: “Entre nosotros hay partos, medos, elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes”.
-----Llama poderosamente la atención la relación completa que hace Lucas de cada uno de los lugares de procedencia: Quizás estén todos los conocidos en aquella cultura del siglo I. Pero lo más importante de la narración es que para el Espíritu no hay fronteras acentuando así la dimensión universal de la salvación cristiana y constituyendo a los discípulos en testigos de todos los pueblos.
-----Resulta injusto que los países ricos quieran poner fronteras para impedir el paso de los extranjeros pobres, cosa que, gracias al Espíritu, nunca pueden conseguir del todo; sencillamente porque ni se pueden poner puertas al mar, ni, por supuesto, al mismo Espíritu.
-----Por eso, los emigrantes nos hacen celebrar en las plazas, calles, autobuses y trabajos un Pentecostés real. Lo que hace falta es que la explotación no se cebe con ellos. Así el Pentecostés será permanente y pleno.
-----Celebrar el nuevo Pentecostés es el trabajo de la Iglesia para no entretenerse en otras cosas.