Publicado en el Ideal de Granada 21-09-09
Antonio Hernández-Carrillo
----
-----
----- A veces da la impresión de que para algunos sectores de la Iglesia la tarea de los cristianos es defenderse de los ataques que el secularismo dirige contra la fe cristiana. Pero puede ser que el problema esté en otro sitio: nuestra sociedad ha renunciado a modificar las raíces de este sistema injusto y ha sustituido la lucha por la justicia por la adaptación de las personas a las exigencias del sistema de producción y consumo con el reconocimiento de una serie de derechos individuales y por la defensa de una libertad entendida como capacidad de elegir, cambiar o desechar con la eliminación de límites para realizar el propio interés. Ahí está el problema y está la tarea de la Iglesia: desenmascarar el gran error de la lucha por la libertad sólo individual y apoyar toda iniciativa a favor de la lucha por la justicia y de la solidaridad con los empobrecidos desde la fidelidad al Evangelio y a la Doctrina Social de la propia Iglesia.
----- Al igual que ocurre en la sociedad, se está debilitando en nuestra Iglesia la lucha por la justicia. No cabe ninguna duda de que desde la Iglesia, a través de formas muy diversas, se vive la cercanía y el servicio a los empobrecidos. Pero, salvando el valor que esta labor tiene siempre, en gran parte del trabajo de la Iglesia está ocurriendo lo mismo que en la sociedad: se están dejando de lado el origen de la desigualdad y la injusticia y las causas del empobrecimiento. El problema es que así se hace mucho más difícil combatir el empobrecimiento y se produce una separación entre amor y justicia, que tiene nefastas consecuencias para la evangelización. Porque, como muestra el Evangelio de Jesucristo y repite insistentemente la Doctrina Social de la Iglesia, amor y justicia no se pueden separar, pues cuando eso ocurre se desvirtúan los dos. Y, sobre todo, dificulta vivir algo que es fundamental para la Iglesia: asumir como propio el dolor y el sufrimiento de los empobrecidos y practicar como actitud vital la compasión y la misericordia.
----- Por una parte, la actitud defensiva que con frecuencia adoptamos en la Iglesia frente a una sociedad que considera generalmente lo que plantea la Iglesia más como un estorbo, como un obstáculo para la libertad, que como otra cosa. En esto influye, sin duda, la cultura dominante en nuestra sociedad, pero también la forma en que muchas veces desde nuestra Iglesia se plantean las cosas, que en ocasiones es muy poco coherente con las actitudes básicas que muestra el Evangelio hacia las personas. Sobre todo, cuando esta actitud defensiva lleva a posturas condenatorias y poco comprensivas con las personas y las instituciones. Esto dificulta mucho presentar el Evangelio como, lo que es, una Buena Noticia, lleva a hacer más moralismos de los aconsejables y a desperdiciar lamentablemente muchas oportunidades de presentar en positivo la riqueza que supone la vida humana vivida desde Jesucristo. Situarnos en otra actitud mucho más dialogante y positiva en las realidades de la vida cotidiana de las personas, lo cual no significa en absoluto renunciar a plantear con claridad la propuesta del Evangelio, es hoy un reto fundamental para la Iglesia. En este mismo sentido, es necesario superar las dificultades que algunos sectores eclesiales tienen para situarse de forma positiva en una sociedad democrática, pluralista y laica.
----- Por otra parte, esa misma actitud defensiva lleva a veces a buscar seguridades que nos defiendan del exterior, encerrándonos en nosotros mismos y recrudeciendo el mal del clericalismo en nuestra Iglesia (cosa que ocurre, con más frecuencia de lo que parece entre los mismos seglares). Se confunde demasiadas veces el necesario reconocimiento del servicio (por tanto también de la autoridad) del ministerio pastoral con el asentimiento acrítico a todo. Hay demasiada desconfianza hacia la autonomía y responsabilidad de los seglares y poco respeto hacia su capacidad de decisión y, sobre todo, hacia un laicado que sea a capaz de pensar por si mismo. Todo ello ha debilitado los cauces y las prácticas de corresponsabilidad efectiva en la vida de la Iglesia.
----- Especialmente preocupante en este sentido parece la dificultad que hoy existe en nuestra Iglesia para el diálogo, pues este hecho resulta muy negativo para una realidad esencial en la vida y misión de la Iglesia: ser signo de comunión en medio de la humanidad. En un doble sentido: Primero, la dificultad que existe para un diálogo sincero y profundo en nuestra Iglesia, que nos permita avanzar en vivir la comunión desde la diversidad y en la búsqueda de cuáles son las respuestas hoy más adecuadas. Segundo, la dificultad que existe para un diálogo sincero con la sociedad que contribuya a la construcción de una laicidad positiva desde el reconocimiento y la valoración de la pluralidad para construir una convivencia en común, aportando también las propuestas del cristianismo a esa construcción de la convivencia en común desde la diversidad.
----- A pesar de estas dificultades, incoherencias y limitaciones, hemos de reconocer y dar gracias a Dios por tantas realidades eclesiales que son un ejemplo de encarnación en la realidad, de acogida y entrega solidaria, de denuncia de la injusticia y de trabajo por construir relaciones sociales más humanas; así como por aquellas otras que están promoviendo y animando dinámicas nuevas en nuestra Iglesia, para que crezcamos en fidelidad al Evangelio, en la defensa de la dignidad de las personas, especialmente de los empobrecidos, y en un testimonio de fraternidad.
Antonio Hernández-Carrillo
Militante de la HOAC de Granada
Militante de la HOAC de Granada