Publicado eh el Faro de Motril 08-10-10
Rosa Mercado Aloso
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Ustedes disculparán mi atrevimiento. Yo no soy experta en economía, ni en leyes, pero sí me tengo por una ciudadana comprometida y responsable, y esta situación me está empezando a “cabrear”. Desde hace meses, los políticos, los medios de comunicación, los empresarios y los organismos nacionales e internacionales parecen haber olvidado que el origen de la crisis económica está en la avaricia, la irresponsabilidad y la falta de moral de las entidades financieras y de sus aliados, los grandes empresarios; y que para hacer frente a una crisis de este calibre hay que solucionar los problemas que la originaron, de los que ya nadie habla. En vez de eso (porque, ¿quién se atreve a meterle mano a los ricos y los poderosos?), nos repiten constantemente y hasta la saciedad, que esta reforma laboral es necesaria para salir de la crisis económica y del paro, y que tenemos que aceptar los sacrificios que suponen el tomar decisiones como estas. Y yo me pregunto ¿por qué el sacrificio siempre tiene que caer en las espaldas de los mismos?
Las anteriores reformas laborales han creado un marco de flexibilidad para las empresas a costa de una situación de mayor inseguridad para los trabajadores, una precarización cada vez mayor del empleo, que ahora vemos en toda su crudeza. Está claro que el problema no es el mercado de trabajo y que incidiendo sólo sobre este punto, no lograremos salir de la crisis.
El problema es el modelo productivo que se ha impuesto, en el que predomina un tipo de actividad de bajo valor añadido y dependiente; una supremacía de las grandes empresas, con las que las pequeñas (en el fondo, generadoras de más empleo estable) no pueden competir; la escasez de capital social que permita competir por una vía diferente a la del abaratamiento de la mano de obra y por supuesto, el excesivo poder de la banca, sin control político, que le permite imponer condiciones favorables sólo a sus beneficios, pero, en este caso, letales para la creación de riqueza productiva.
En nuestra opinión la reforma laboral y el conjunto de medidas que se están adoptando, no van en la dirección correcta. En lugar de ayudar a caminar en un nuevo modelo de relaciones económicas y sociales que permita avanzar en el reconocimiento práctico de la dignidad de las personas, en justicia y libertad, y en responder a las necesidades de los más empobrecidos, lo que hace es continuar en el mismo camino que ha llevado a tantas familias al sufrimiento. Más bien parece que, de hecho, se da una vuelta más de tuerca a la pretensión de subordinarlo todo a las exigencias del mercado, con olvido de los derechos de las personas. El cambio profundo que necesitamos es el del modelo de organización social, un modelo que ha metido el mercado hasta el fondo de la existencia humana y ha encumbrado la economía y el consumo relegando al hombre al último lugar en su escala de valores.
No somos pocos los que pensamos, como indica Benedicto XVI en “Caritas in Veritate”, que es necesario revisar en profundidad la orientación de la vida social, particularmente la manera de entender la economía, su sentido y sus fines. Esta revisión pasa por pensar y organizar las cosas desde el reconocimiento real y práctico de la prioridad absoluta de la persona humana, del trabajo sobre el capital, de los derechos de los empobrecidos y de la familia.
“La persona no puede ser instrumentalizada por las estructuras sociales, económicas y políticas” (Benedicto XVI: Caritas in Veritate 32). La Doctrina Social de la Iglesia sostiene que el trabajo está vinculado a la persona, que debe ser fin y sujeto de todas las relaciones sociales, nunca su instrumento. El capital sí es un instrumento. Los habrá que piensen y defiendan que siempre será mejor un empleo temporal, barato y precario, que no tener empleo; pero sabemos que un empleo que no es decente genera graves perjuicios en las personas y las familias. Lo que realmente sería una quimera es no luchar por conseguir un trabajo decente y ésta debería ser la pretensión central de cualquier reforma laboral.
Es necesario dar prioridad a los derechos de los pobres, de los parados, de los excluidos. Las anteriores reformas no han logrado mejorar la situación de los trabajadores y habría que plantearse si esta nueva reforma está realmente pensada para dar respuesta justa a los problemas. Por último, el trabajo debería organizarse para posibilitar la vida familiar.
El cambio social que proponemos pasa porque cada uno de nosotros, en nuestras comunidades, organizaciones y asociaciones tomemos conciencia de que podemos cambiar la realidad, planteándonos cambios fundamentales en nuestras vidas y en nuestra manera de responsabilizarnos de los demás, especialmente de los más débiles.
Es tiempo de participar activamente en la sociedad. Es el momento de la política entendida como la preocupación por el bien común. Comprometerse sindical, política, o asociativamente es más urgente que nunca para llevar al centro de estas organizaciones a las personas especialmente a los empobrecidos, haciéndolos protagonistas y rompiendo las tendencias imperantes.
Es necesaria la presencia y la voz de cada uno en sus ambientes para asistir a las víctimas de esta situación, pero que además denuncie las causas que la generan, desarrollar un trabajo de concienciación que rompa con la “normalidad” con se asumen estos temas.
Las anteriores reformas laborales han creado un marco de flexibilidad para las empresas a costa de una situación de mayor inseguridad para los trabajadores, una precarización cada vez mayor del empleo, que ahora vemos en toda su crudeza. Está claro que el problema no es el mercado de trabajo y que incidiendo sólo sobre este punto, no lograremos salir de la crisis.
El problema es el modelo productivo que se ha impuesto, en el que predomina un tipo de actividad de bajo valor añadido y dependiente; una supremacía de las grandes empresas, con las que las pequeñas (en el fondo, generadoras de más empleo estable) no pueden competir; la escasez de capital social que permita competir por una vía diferente a la del abaratamiento de la mano de obra y por supuesto, el excesivo poder de la banca, sin control político, que le permite imponer condiciones favorables sólo a sus beneficios, pero, en este caso, letales para la creación de riqueza productiva.
En nuestra opinión la reforma laboral y el conjunto de medidas que se están adoptando, no van en la dirección correcta. En lugar de ayudar a caminar en un nuevo modelo de relaciones económicas y sociales que permita avanzar en el reconocimiento práctico de la dignidad de las personas, en justicia y libertad, y en responder a las necesidades de los más empobrecidos, lo que hace es continuar en el mismo camino que ha llevado a tantas familias al sufrimiento. Más bien parece que, de hecho, se da una vuelta más de tuerca a la pretensión de subordinarlo todo a las exigencias del mercado, con olvido de los derechos de las personas. El cambio profundo que necesitamos es el del modelo de organización social, un modelo que ha metido el mercado hasta el fondo de la existencia humana y ha encumbrado la economía y el consumo relegando al hombre al último lugar en su escala de valores.
No somos pocos los que pensamos, como indica Benedicto XVI en “Caritas in Veritate”, que es necesario revisar en profundidad la orientación de la vida social, particularmente la manera de entender la economía, su sentido y sus fines. Esta revisión pasa por pensar y organizar las cosas desde el reconocimiento real y práctico de la prioridad absoluta de la persona humana, del trabajo sobre el capital, de los derechos de los empobrecidos y de la familia.
“La persona no puede ser instrumentalizada por las estructuras sociales, económicas y políticas” (Benedicto XVI: Caritas in Veritate 32). La Doctrina Social de la Iglesia sostiene que el trabajo está vinculado a la persona, que debe ser fin y sujeto de todas las relaciones sociales, nunca su instrumento. El capital sí es un instrumento. Los habrá que piensen y defiendan que siempre será mejor un empleo temporal, barato y precario, que no tener empleo; pero sabemos que un empleo que no es decente genera graves perjuicios en las personas y las familias. Lo que realmente sería una quimera es no luchar por conseguir un trabajo decente y ésta debería ser la pretensión central de cualquier reforma laboral.
Es necesario dar prioridad a los derechos de los pobres, de los parados, de los excluidos. Las anteriores reformas no han logrado mejorar la situación de los trabajadores y habría que plantearse si esta nueva reforma está realmente pensada para dar respuesta justa a los problemas. Por último, el trabajo debería organizarse para posibilitar la vida familiar.
El cambio social que proponemos pasa porque cada uno de nosotros, en nuestras comunidades, organizaciones y asociaciones tomemos conciencia de que podemos cambiar la realidad, planteándonos cambios fundamentales en nuestras vidas y en nuestra manera de responsabilizarnos de los demás, especialmente de los más débiles.
Es tiempo de participar activamente en la sociedad. Es el momento de la política entendida como la preocupación por el bien común. Comprometerse sindical, política, o asociativamente es más urgente que nunca para llevar al centro de estas organizaciones a las personas especialmente a los empobrecidos, haciéndolos protagonistas y rompiendo las tendencias imperantes.
Es necesaria la presencia y la voz de cada uno en sus ambientes para asistir a las víctimas de esta situación, pero que además denuncie las causas que la generan, desarrollar un trabajo de concienciación que rompa con la “normalidad” con se asumen estos temas.
Rosa Mercado
Militante de la HOAC-Motril