Antonio Hernández-Carrillo
Publicado en nº 124 del periódico "TU"
---- En nuestras manos cayeron unas reflexiones llamadas: las bienaventuranzas del peregrino. Nos resultaron interesantes y las íbamos leyendo pausadamente todas las mañanas al comenzar el camino. Siempre a las siete en punto. La primera de ellas dice: “Bienaventurado eres, peregrino, si descubres que el camino te abre los ojos a lo que no se ve”.
Me estoy refiriendo a un grupo de dieciséis amigos de Pinos Puente (Granada) que en el mes de Agosto pasado hemos hecho el camino de Santiago y me estoy acordando también de aquella querida gente con la que he caminado por Sierra Nevada a lo largo de tantas y tantas temporadas veraniegas.
Pero todavía me refiero mucho más a esos valientes para los que la vida entera es una peregrinación hacia cosas siempre nuevas y más justas en medio de un sinfín de cantos de sirena tan paralizantes.
Me resulta muy significativo que el Nuevo Testamento (retomando la larga tradición caminante del Antiguo) llame peregrinos a los cristianos (1ª Pedro 1,1 y 2,11). Pablo habla de andar mirando siempre hacia delante: “olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está por delante y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús (Filipenses 3, 13-14). La humanidad entera y, con ella, los cristianos no podemos olvidar que somos peregrinos.
¡Cuánta razón, por tanto, lleva la cuarta de las bienaventuradas antes citadas: “Bienaventurado eres, peregrino, porque has descubierto que el auténtico camino comienza cuando se acaba”!
Por eso, las peregrinaciones, para no convertirse en parafernalias y beaterías, (y, muchas veces, por desgracia, sucede) deben servir para hacernos ver que la verdadera peregrinación es la vida misma de cada día cuando nos esforzamos por convertirla en espacio de la presencia de Dios que lleva consigo la humanización y nunca de explotación.
¡Buen camino a todos!
Me estoy refiriendo a un grupo de dieciséis amigos de Pinos Puente (Granada) que en el mes de Agosto pasado hemos hecho el camino de Santiago y me estoy acordando también de aquella querida gente con la que he caminado por Sierra Nevada a lo largo de tantas y tantas temporadas veraniegas.
Pero todavía me refiero mucho más a esos valientes para los que la vida entera es una peregrinación hacia cosas siempre nuevas y más justas en medio de un sinfín de cantos de sirena tan paralizantes.
Me resulta muy significativo que el Nuevo Testamento (retomando la larga tradición caminante del Antiguo) llame peregrinos a los cristianos (1ª Pedro 1,1 y 2,11). Pablo habla de andar mirando siempre hacia delante: “olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está por delante y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús (Filipenses 3, 13-14). La humanidad entera y, con ella, los cristianos no podemos olvidar que somos peregrinos.
¡Cuánta razón, por tanto, lleva la cuarta de las bienaventuradas antes citadas: “Bienaventurado eres, peregrino, porque has descubierto que el auténtico camino comienza cuando se acaba”!
Por eso, las peregrinaciones, para no convertirse en parafernalias y beaterías, (y, muchas veces, por desgracia, sucede) deben servir para hacernos ver que la verdadera peregrinación es la vida misma de cada día cuando nos esforzamos por convertirla en espacio de la presencia de Dios que lleva consigo la humanización y nunca de explotación.
¡Buen camino a todos!