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lunes, octubre 16, 2006

"El deseo de dignidad"

Fuente: N.O. escrito por Fco. Porcal


Cuenta Dorothy Day en su autobiografía (1) que a principio de los años treinta del siglo XX participó en una manifestación organizada por el «Industrial Workers of the World» (Obreros Industriales del Mundo), la Marcha del Hambre sobre Washington, en la que vio una pancarta que le llamó poderosamente la atención por lo que expresaba de la dignidad del trabajo que sentían y deseaban aquellos trabajadores que padecían tan duramente los efectos de la crisis económica. La pancarta decía: «Trabajo, no salario».


Al leer esto recordé una pintada que vi hace unos meses en un muro de Lugo: «Vivimos para trabajar, trabajamos para vivir. ¿Cuándo romperemos el círculo?¡Abajo el trabajo!».

Casualmente, unos días después me encontré con una anécdota que contaba Salvador de Madariaga ocurrida en un pueblo de Andalucía, también en la década de 1930, durante la Segunda República. Es una pequeña historia que muestra una heroica dignidad: había mucho paro y hambre entre los jornaleros que acudían cada mañana a la plaza del pueblo a ver si los contrataba el capataz de algún cortijo. Iban a celebrarse elecciones para diputados y un terrateniente, que era candidato, man a la plaza a su capataz para comprar votos: daba 25 pesetas al obrero parado que prometiera votarle. Cuando llegó a uno de aquellos jornaleros, hambriento y con familia, poniéndole en la mano el dinero, el hombre arrojó las monedas al suelo y le replicó: «¡En mi hambre mando yo!».


¿Q relación hay entre estas tres anécdotas? Me parece que la distancia que existe entre dos culturas del trabajo completamente diferentes y una orientación muy distinta de algo que es fundamental para la vida: el deseo. Lo que deseamos que oriente nuestra vida.


No quisiera en absoluto ni idealizar la situación anterior ni pintar con rasgos negros la actual. Entre otras cosas por dos razones: en los años treinta las condiciones de trabajo de la mayoría de los trabajadores eran inhumanas y hoy para muchos trabajadores (hablamos siempre de los países occidentales) no lo son, aunque la extremada precariedad laboral está devolviéndonos a situaciones, salvando las distancias, vitalmente tan duras como aquellas. Por otra parte, ni los trabajadores de aquella época tenían todos la conciencia que expresan las dos anécdotas referidas ni los de hoy tienes todos la conciencia que expresa la pintada de la pared de Lugo.


Pero creo que en lo que se refiere a la comprensión de la dignidad del trabajo y a la orientación del dinero hemos ido a peor. En los ambientes obreros de los años treinta predominada o tenía gran influencia el deseo que expresan las dos anécdotas de esa época y en los actuales ambientes de trabajadores predomina el que expresa la pintada. Por esa razón, la cultura actual del trabajo está peor equipada que la anterior para afrontar los problemas del mundo obrero y del trabajo.



«En realidad, se ha ido interiorizando que lo que realiza, lo que hace feliz, es el consumo de cosas»


Recomponer la cultura: Esto no debemos perderlo de vista para trabajar por dignificar la situación del mundo obrero y del trabajo, pues plantea el reto de recomponer una cultura de la dignidad del trabajo como la que expresaba el deseo de «Trabajo, no salario». Intento explicar lo que quiero decir.


En mi opinión, un punto de inflexión fundamental ha sido la progresiva expansión del consumismo, que era una realidad incipiente en los años treinta (y sólo en algunos lugares) y que hoy domina el panorama y ha modificado radicalmente el mundo de los deseos (2).


El «Trabajo, no salario» de los obreros estadounidenses y el «¡En mi hambre mando yo!» del jornalero andaluz hay una conciencia clara de la dignidad del trabajo. Ni los unos ni el otro eran estúpidos. Pasaban mucha necesidad y deseaban no pasarla. Para ello necesitaban dinero, pero no estaban dispuestos a ser comprados con él, no podían vender así su dignidad. Para ellos vivir con dignidad no se resuelve en tener dinero, sino en poder trabajar (lo que también permite tener lo necesario para vivir). Por eso quieren trabajar, poseer su trabajo. El trabajo no es para ellos una cosa, es una propiedad del ser humano, una capacidad que el ser humano necesita sentir como propia, controlar, para poder realizar su dignidad, ser persona. De ahí que ese sea el centro de su deseo. Lo que desean es ser personas, para lo que sienten que necesitan su trabajo. De ahí su orgullo de ser trabajadores y su deseo de trabajar para vivir.Señor, decían los trabajadores estadounidenses, es quien no vive del sudor de otro, es quien trabaja.


En cambio, el «¡Abajo el trabajo!» resuelve de otra forma bien distinta el absurdo vivir para trabajar, trabajar para consumir. Aquí el deseo se ha centrado no en la consideración de la dignidad del trabajo como una propiedad del ser humano, sino en el valor superior que se otorga al consumir. Lo que se considera necesario para vivir con dignidad no es el trabajo sino el consumo. En realidad, se ha ido interiorizando que lo que realiza, lo que hace feliz, es el consumo de cosas. Y, lógicamente, eso es lo que se desea. Dicho de otra forma, se ha desplazado el deseo del ser al tener. Por eso no se valora la dignidad del trabajo, que se ha convertido en una cosa, en un mero intermediario, radicalmente instrumentalizado. Ha dejado de ser considerado una propiedad del ser humano.


La cuestión es: ¿cuál de las dos orientaciones del deseo es mejor por ser más humana?, ¿qué puede afirmar mejor la dignidad del ser humano por responder mejor a lo que es la naturaleza y vocación del ser humano? Son preguntas que no se suelen hacer (y por eso no se suelen responder, dando por sentado que lo importante es tener) pero que son fundamentales y decisivas para afrontar los problemas del mundo obrero y del trabajo.


Haber perdido en gran medida la conciencia, a través de la desorientación del deseo, de lo decisivo que es el trabajo como bien de la persona (el trabajo entendido en sentido amplio, no sólo como trabajo asalariado) nos ha llevado a desenfocar las respuestas a las necesidades del mundo obrero y del trabajo y a infravalorar la enorme importancia que tiene para la vida digna del ser humano lo que está ocurriendo en torno al trabajo, las condiciones en que se realiza y la forma en que lo entendemos. ¿Podemos realizar nuestra humanidad sin trabajar con dignidad?




* * *




(1)



Dorothy Day (1897-1980), «La larga soledad», Sal Terrae, Santander 2000. Esta norteamericana fundó en 1933, con Peter Maurin, un interesante movimiento social, religioso, cultural y político, el «Catholic Worker» (Obrero Católico).


Refiriéndose al caso de Estados Unidos, Jeremy Rifkin, «El fin del trabajo» (Círculo de Lectores, Barcelona 1997), ha descrito magníficamente («El evangelio del consumo de masas», págs. 46-56) el gran cambio que supuso el consumismo: «La metamorfosis del concepto de consumo desde el vicio hasta la virtud es uno de los fenómenos más importantes observados durante el transcurso del siglo XX».


El fenómeno del consumo de masas no se produjo de forma espontánea, fue provocado deliberadamente para el buen funcionamiento de los negocios, pues antes los trabajadores preferían ganar lo justo para vivir y no estaban predispuestos a trabajar más, preferían equilibrar trabajo y ocio. Cambiar los deseos de los trabajadores y sus familias fue un objetivo expresamente buscado en las décadas de 1920-1930. La compra a plazos fue el elemento que tuvo más éxito en la reorientación de los hábitos de compra y de consumo de los asalariados estadounidenses. Dorothy Day, cuando el consumismo aún era muy incipiente, consideraba así este fenómeno de la venta a plazos: «esa plaga de los pobres, ese fraude en el que a los pobres se les arrebatan sus magros ingresos». Pero iba a ser algo de mucha mayor trascendencia, iba a cambiar todo el mundo de los deseos.



Cultura

Núm. 42 (650) NOTICIAS OBRERAS Núm. 1.417 / 1-10-2006 / 15-10-2006