Entrevista
Javier Doz, de CC.OO., sobre la nueva internacional sindical
«Queremos acabar con esa zona
de sombra donde se toman decisiones
que afectan a los trabajadores»
de sombra donde se toman decisiones
que afectan a los trabajadores»
José Luis Palacios
Javier Doz, secretario de Relaciones Internacionales de CC.OO., participó en el congreso constituyente de la nueva Confederación Sindical Internacional (CSI), ce- lebrado del 1 al 3 de noviembre en Viena. La CSI toma el testigo de la Confedera- ción Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) y de la Confedera- ción Mundial de Trabajadores (CMT) para afrontar los retos de la globalización.
- ¿Qué pesaba más en Viena, la nostalgia por el pasado que se cerraba o el optimismo por el futuro que empezaba?
Pesaba más la esperanza por lo nuevo. Salvo algún momento emotivo, como en la disolución de la CIOSL, en la que cantamos la internacional, el ambiente entre los más de 2.000 asistentes era de optimismo y esperanza, aunque conscientes también de las grandes dificultades que va a tener la nueva internacional para cumplir los grandes objetivos que se plantea.
Hay que pensar que este proceso comenzó con la caída del muro de Berlín. La antigua división del movimiento sindical internacional en tres grandes corrientes –social- demócrata, comunista y cristiana– había dejado ya de funcionar en la década de los años 90. La nueva central mundial supone una superación de las divisiones de matriz ideológica. De hecho en Europa ya había habido un proyecto que recogía a todos los sinsindicatos, la Confederación Europea de Sindicatos (CES).
- ¿Qué dificultades ha habido hasta llegar aquí?
Han sido menores de lo que se podía esperar. El secretario de la CIOSL, el inglés Guy Rider, y su homólogo en la CMT, el belga Willy Tys, y sobre todo la postura del sindicato más fuerte de la CMT, que es la Confederación de Sindicatos Cristianos de Bélgica, coincidían en que no tenía sentido por más tiempo la división. Con la ayuda de Emilio Gabaglio, que actuó como facilitador, se llegó a la decisión de que, si se estaba convencido de que había que hacerlo, mejor que fuera en poco tiempo.
Pero ha habido obstáculos. Por ejemplo, con el pluralismo y sus consecuencias. Hay una tradición excesivamente unitarista en la CIOSL. Ha habido recelos por mantener una fundación de la CMT para la cooperación internacional. También se planteó si había que hacer una fusión de las dos internacionales o una refundación del propio movimiento sindical. Finalmente se optó por la refundación, teniendo en cuenta que se han incorporado sindicatos que antes no estaban afiliados a ninguna de las dos centrales mundiales.
«La nueva central mundial supone una superación de las divisiones de matriz ideológica»
- ¿Las diferentes ideologías de procedencias pueden suponer fricciones en el seno de la CSI?
- ¿Hay sensibilidad suficiente para que los organismos multilaterales, especialmente aquellos que se dedican al diseño de las estrategias económicas y financieras, incorporen la voz de los trabajadores?
Está por ver. La situación de prepotencia neoliberal de los 90 ha pasado. En aquella época, los temas principales versaban casi sólo sobre la economía-casino. Desde el 2000, con la Cumbre del Milenio y los Objetivos del Desarrollo, se habla también de la pobreza y el desarrollo. La época brutal y descarada, al menos en las formas, del neoliberalismo ha pasado. Aunque en el fondo, no ha habido tantos cambios, para qué engañarnos.
- ¿Cuáles son los objetivos más inmediatos de la CSI?
Primero, desarrollar una Jornada de Acción Mundial, con la que se quiere pedir la universalización del trabajo decente y los derechos sindicales mundiales.
La propuesta fue un poco el resumen del Congreso de Viena. Otro objetivo, más instrumental, es fortalecer la sindicalización, a partir de lo que ya existe, en las empresas multinacionales, sus filiales y sus contratistas (los denominados sistemas globales de producción, que abarcan el 60% del PIB y del empleo del mundo). Se trata de tener una organización sindical en el conjunto de estas redes de producción, para que, por encima de las fronteras, los trabajadores que están en ellas puedan tener desde una acuerdo mundial de condiciones de trabajo hasta un comité mundial, pasando por la aplicación de los códigos de conductas a todos sus empleados, no sólo a los que pertenecen a la empresa principal sino también a todos los de las sub cadenas de la red.
Y por último, el reconocimiento de la internacional sindical ante las instituciones multilaterales, pero también ante las instituciones regionales de integración económica que empiezan a crearse, para que en los procesos de regulación internacional no sólo hablen los gobiernos, a veces, incluso actuando al margen de sus parlamentos o al margen de estructuras mundiales regionales que no existen. Reclamamos ser el referente sindical en los debates y planes mundiales que tengan que ver con el trabajo, que en el fondo es casi todo, aunque por lo menos sí cuando directamente se reconoce que afecta al trabajo, y que hasta ahora se han impuesto sin que existiera un control político sobre esas decisiones. Es lo que se dice en la OMC o incluso en el Consejo de Europa, que luego no se somete aprobación por los distintos parlamentos. Queremos acabar con esa zona de sombra donde se toman decisiones que afectan, y mucho, a todos los países y a sus trabajadores.
- ¿Cómo se puede construir desde el movimiento sindical ese contrapoder que ponga fin a la deriva neoliberal de la globalización?
- ¿Restará la dimensión internacional y el fortalecimiento de las estructurales supranacionales agilidad y eficacia a nivel local a los sindicatos?
El sindicalismo que existe todavía es muy local, a veces sólo piensa en su empresa. Hay países donde sigue subsistiendo un radicalismo ideologizado en una central nacional que luego tiene comportamiento corporativista en sus núcleos fundamentales, que suelen ser determinadas empresas, normalmente públicas. Eso hay que superarlo.
Para que en determinados países, sus sindicatos puedan influir en las cuestiones básicas de los trabajadores, como son las pensiones, la protección por desempleo, después de la barrida neoliberal, tienen que coger fuerza. A lo mejor, el sistema de pensiones propio de una empresa petrolera tal, que es todo un privilegio en comparación con la situación general, debe integrarse en otro común para bien del conjunto de los trabajadores.
No hay riesgo de que se pierda lo local, es más tiene que ser importante y adaptarse a las nuevas situaciones que son difíciles, como la precariedad, la informalidad, las fuertes migraciones... Esos problemas ya están en la agenda principal y hay que volcarse en cada país. La acción internacional ayudaría y sobre todo a superar los corporativismos en los sectores que no han sido tocados por los cambios profundos en el sistema de producción.
- ¿Sería conveniente y útil, dada experiencia internacional, que CC.OO. y UGT llegaran a formar un único sindicato en nuestro país?
- Mi opinión personal es que sí. Lo que pasa es que no veo que se den las condiciones necesarias, no ya por divergencias de fondo entre CC.OO. y UGT en sus programas y prácticas, sino por el peso de la realidad histórica. Nosotros fuimos los últimos que nos dirigimos a UGT en ese sentido. Fue en 1997, a raíz de los acuerdos a los que llegamos con la patronal y después de años de un buen clima de unidad de acción. No hubo una respuesta y seguimos trabajando. CC.OO., sin dar ningún paso en falso, estaríamos abiertos a esa posibilidad. Nuestra visión de la unidad mundial debiera facilitar esto, pero hoy por hoy no está en el orden del día. La unidad de acción, incluso en momentos difíciles, no se ha roto y no creo que se vaya a romper. Esto es algo imprescindible, lo otro sería un paso positivo, pero no me hago muchas ilusiones a corto plazo. ■
40 (868) NOTICIAS OBRERAS Núm. 1.422-1.423 / 16-12-2006 / 15-1-2007