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martes, octubre 31, 2006

¿Cómo ser cristiano en el mundo desarrollado?


¿Nola izan kristau mundu garatuan?

Jon Sobrino, S.J (22-07-2006)

Arratsaldeon eta ongi etorri.

Yo estoy encantado de estar aquí. Mi familia es de cerca de Bilbao (Barrica) y ve­nir al País Vasco, quieras que no, cuenta para mi con un atractivo especial. Y, en concreto, venir a Loyola, la provincia de los jesuitas de la cual salí yo y muchísimos otros, supone una emoción especial y si se puede decir en una palabra, pues, encantado. Nos encontramos en el lugar de nacimiento de San Ignacio de Loyola, quien todavía supone un gran “boom” en el mundo. ¿Verdad?

Entonces, con sencillez, voy a intentar hablar de cómo ser cristiano en el primer mundo. Pero si os digo la verdad ¿sabéis qué es lo primero que se me ocurrió?, lo cual no es un buen comienzo, pues que para ser cristiano en el primer mundo hay que salirse de él. Pero no cabe duda que es posible ser cristiano en el primer mundo o mundo desarrollado.

Ser cristiano hoy

Entonces quizás podemos empezar, a modo introductorio, con unas reflexiones, ya que no sois los primeros en preguntaros por el “ser cristiano hoy”. Voy a empezar por un alemán conocido, Karl Rahner, quien dice que los cristianos ahora, por estos años, en el comienzo del año 2000, o son místicos o no serán. Es decir, o son cristianos por una convicción mística o no lo serán. San Ignacio era místico, Santa Teresa de Jesús era mística, pero por convicción, porque vieron algo nuevo en Jesús de Nazaret que les hizo pensar que el camino era seguirle aunque se quedasen solos. Dice Rahner que “o tenemos algo de mística o no seremos cristianos”. Casaldáliga, el conocido obispo de Brasil, claretiano (es catalán de Balsareny), cuya diócesis está compuesta de indígenas y también de campesinos y le encanta, con gran cariño, corregir a los grandes pensadores le corrigió a Rahner diciéndole: “El cristiano del mundo futuro, o será pobre o no será”. Así pues, Casaldáliga le dice a Rahner que el cristiano del futuro o será pobre, solidario con los pobres, o no será. Bueno, pues, lanzo estas dos ideas para que las pensemos todos.

También quiero recalcar que me piden hablar del cristiano hoy. ¿Por qué digo esto? No me piden hablar del cristiano mañana. No me piden hablar de un católico, que también ¿verdad?, además de cristiano es miembro de una iglesia… pero, eso, es otra cosa. Tampoco me piden hablar desde ese presupuesto tan repetido “en democracia tal y tal; es que en la democracia no se qué; es que somos democráticos y no se qué y no se cuantos”. A mi no me han pedido hablar qué es eso de ser un demócrata, y gracias a Dios, porque no lo sé… sino cómo se puede ser cristiano en el mundo de hoy. En el mundo de hoy… bueno llamarlo como queráis: Mundo Desarrollado, tal vez. Creo que todos nos entendemos y nadie se sentirá mal por eso. Bueno, tal vez nos sintamos mal pero no porque lo digamos, sino porque es así. Antes se hablaba de Primer Mundo, Segundo Mundo, Países Socialistas y Tercer Mundo. ¿Qué querían decir? Que hay un Primer Mundo opresor, y un Tercer Mundo oprimido. Por eso digo que Mundo Desa­rrollado y creo que está bien.

El Primer Mundo es un mundo que tiene abundancia, aunque os quejáis bastante a menudo: que si se ha tenido que esperar dos semanas y medio para ir al doctor a través de la Seguridad Social… Pues vayan a otro mundo, a ver cuánto esperan, ¿no? Quiero decir, es un mundo en el que se vive bien y en el que el buen vivir se da ya por su­puesto. Evidentemente, de los problemas personales nadie nos libra y de los problemas fami­liares tampoco, pero el buen vivir se da como algo aceptado.

También hay una especie de, no sé si exagero, de sentimiento de que el destino manifiesto del Primer Mundo es el buen vivir, calidad de vida. Vemos en la televisión algo ho­rroroso que sucede en África… pero no nos parece que va contra las leyes del ser, y quizás solo pensamos en cuándo va a acabar el sufrimiento de esa gente. Pen­semos en que si al primer mundo le fallase por ejemplo, el agua, que es uno de los problemas más graves de la humanidad, pues entonces la próxima guerra mundial sería por el agua. Si al primer mundo le faltase el agua, ya saben lo que hacen cuando les falta el petróleo… ¡allá van!, y si queda cerca de Irak, allá van a Irak. Hay como algo cuasi metafísico de que al Primer Mundo no le puede faltar nada, pero al Tercer Mundo sí. ¿Qué quiero decir? Hay una realidad en el Primer Mundo que hace que la gente viva en bastante abundancia. Y yo no sé cómo se lee el evangelio a este respecto, el evangelio leído limpiamente ¿verdad? Habría que preguntarse si el Primer Mundo es responsable, en buena parte, de la pobreza de otros países. ¿No habrá que decir que sigue existiendo el fenómeno económico de la opresión y que eso tiene su centro físico en el Primer Mundo?

Esas son las dificultades mayores que veo yo para ser cristiano en el Primer Mundo. Porque son de abundancia y opresión, estructuralmente hablando. Los mayores problemas no los voy a tocar: los de las iglesias, cómo andan las jerarquías, etc., pues ya lo sabéis vosotros. Yo lo que quiero decir es que sí es posible, claro, ser cristiano en el Primer Mundo, aunque he empezado diciendo, de una manera un poco chusca y quizás prematura (porque quizá debería haberlo dicho al final) que para ser cristiano en el Primer Mundo quizás haya que salirse de él, aunque no necesariamente desde el punto de vista geográfico. Pues eso es lo que vamos a tratar hoy.

Y esto lo voy a hacer en tres puntos y un apéndice.

1. Para ser cristiano hay que ser honrado con lo que se nos ha legado

Así pues, el primer punto es que para ser cristiano hay que ser honrado con lo que se nos ha legado. La formulación es un poco abstracta, pero la elijo así, a propósito, para mantenerlo en su abstracción, que no quiere decir en su irrealidad, pero sí quizás en su universalidad. Hay que ser honrado con la verdad. Porque todos tenemos una ten­dencia por dentro a no aceptar el ser de las cosas, el cómo son las cosas. San Pablo, en la carta a los Romanos habla de “la cólera de Dios se ha revelado”, lenguaje terrible, pero San Pablo cree que está justificada. La cólera de Dios es porque algo está mal en la humanidad. Porque se oprime la verdad con la injusticia. No se deja que las cosas sean lo que son.

Bueno, entonces me parece a mí que esto es lo primero por lo que tenemos que pasar todos, y no digo que en los mundos subdesarrollados no sea fácil. Yo hablo del Primer Mundo porque es lo que me habéis pedido. Pero ver la realidad tal cual es y por qué lo es. Claramente, quizás, podéis decir, que ahora tenemos más medios para cono­cer la realidad. Más medios sí, desde luego radios, televisiones, internet, etc. Y además tenemos incluso una ideología bastante peligrosa, que nos dice que podemos conocer más todo por lo universal, por lo global. No sé si aquí se habla mucho de globalización. Sea lo que sea la globaliza­ción, que yo no me voy a meter ahora en esto, es un concepto sumamente peligroso. Se ha globalizado, pero ¿qué se ha globalizado: el fútbol? Pero ¿qué fútbol?… Además de todos los problemas que tenemos los humanos por el mero hecho de serlo, nos hemos metido en un problemilla más, estamos en posición de conocer las cosas, ¿verdad?, y de conocerlas mejor. Bueno, yo no creo que esto esté tan claro porque existe una tendencia a encubrir. No a negar. Negar es cuando se ven las cosas y se dice lo contrario. Por ejemplo, hay elecciones mañana en el Congo. En el Congo ha habido una guerra, no se si conocéis algo de la guerra en el Congo. Pero viniendo a Europa, al llegar aquí, compruebo que la mayoría no sabe casi nada. Y que habían muerto cuatro millones de seres humanos, casi nadie sabe nada. Y que morían en definitiva, porque el Primer Mundo, el mundo de abun­dancia, quería apoderarse de algo suyo, de eso nadie sabía nada. ¿Cómo va a ser posible que de eso no sepa nadie o casi nadie, casi nada? A mí me lo contaron unas, con perdón, monjitas. Digo la palabra con todo cariño, porque al hablar de monjitas, hablo de mujeres con corazón y con cabeza. En definitiva, a pesar del mundo globalizado de los medios de comunicación siempre hay algo para encubrir, para que no lo veamos.

Entonces, este es el primer objetivo: honradez con lo real es examinar nuestra conciencia. Ya conocemos las cosas, nada más. Luego viene lo mío, lo que yo leo, lo que tú lees… Por lo tanto, ya conocemos las cosas, o si no, vivimos en la luna del siglo XXI. Podríamos seguir en esto y decir que sí hay gente que ha visto, que ha sido honrado con la realidad. Mucha gente. Yo menciono a los que conozco más. Uno era Monseñor Romero, que estudió en la Universidad Gregoriana. Luego el P. Ellacuría. ¿Qué dijeron? Vamos a mirar la realidad. Y ¿qué vemos? Y los dos, indepen­diente­mente (no se si recordáis que Leibnitz y Newton inventaron lo del cálculo infinitesimal a la vez), Mons. Romero y el P. Ellacuría, hicieron lo siguiente: Cuando vieron la realidad, las gentes del Salvador, dijeron “vamos a decir la verdad” y la dijeron. No voy a contar las anécdotas, sería más interesante, pero así no acabaríamos nunca. Mons. Romero, cuando fue al pueblo de Maravillares, después de que había estado el ejército un mes allí y habían matado a un centenar de personas, les dijo mirando a la gente, a los estaban en la Iglesia y a los que estaban fuera, que no fueron a la Iglesia porque estaban aterrorizados de salir de sus casas: “Ustedes son (usó el lenguaje del evangelio de Juan que es un poco más tristón, pero lo van a entender) el divino traspasado”. Ellacuría dijo, “ustedes son el Cristo resucitado”. Eso es ver. Eso es ser honrado con la realidad. El P. Ellacuría hablaba del pueblo, no de una o dos personas. No quiero desviarme porque es terrible que ese grupo de Líbano haya se­cuestrado a dos israelitas y posible­mente los haya asesinado, es terrible. Pero Mons. Romero y el P. Ellacuría hablaban de pueblo y es importante hablar de pueblo, porque el pueblo es el que está crucificado y esto quiere decir, que mueren realmente.

En el mundo mueren 25.000 personas al día… y eso lo puede leer cualquiera en EL PAIS, supongo que también en EL CORREO, o en periódicos de San Sebastián, de Pamplona o de Vitoria. Son 25.000 personas las que mueren al día de hambre… y además crucificados, que es una forma de decir dos cosas. La primera, la crueldad de la muerte. La muerte que impera en este planeta es, muchísimas veces, de una crueldad mayúscula. Y segundo, lo de crucificados, al estilo de Cristo.

Eso es lo primero que quisiera decir y por poner sólo en un ejemplo: Casaldáliga. Allí le llamamos profeta, pero un profeta impresionante. Casaldáliga dice que “hoy hay más riqueza en la tierra, pero hay más injusticia”. Esto parece increíble, verdad, parece increíble. Acabamos de tener un Mundial de fútbol, que clama al cielo, en mi opinión… ¡y tantas otras cosas! “Hoy hay más injusticia”. A África la llama el calabozo del mundo. Como es poeta, usa, no licencias poéticas, sino metáforas como “el calabozo del mundo”. Y dice “es una Soá continental”. Soá es una palabra hebrea que significa “exterminio”. La Soá continúa. Ya lo sabéis: 2.500 millones de personas sobreviven en la Tierra con menos de 2 € al día, y 25.000 personas mueren al día. A los inmigrantes les es negada la fraternidad y como se les niega la fraternidad a los inmigrantes se les niega el suelo bajo los pies. EEUU construye un muro de 1.500 km con América Latina, desde México, y luego dicen: “Europa, al sur de España, levanta una valla contra África”.

Los análisis tienen que ser un poco más profundos de lo que nos ofrece la televisión y ver el lado humano de la noticia. En uno de los últimos viajes de cayucos a las islas Canarias trece personas eran de Eritrea y otros treinta de países subsaharianos y han sido atendidos, en primer lugar, por las personas que estaban en las mismas playas. Por lo que yo se de datos, en los últimos siete meses viniendo de África, sobre todo a las costas de Canarias o de la Península, han muerto unas 3.000 personas. Y no se ve ningún plan en los países europeos en que denoten sus raíces cristianas. La Comunidad Europea está hecha fundamentalmente para tener una Europa económi­camente fuerte y luego, y sólo luego, si se puede también ser solidario ¿verdad? Pero no se mezclan las dos ideas: Comunidad Europea y Derechos Humanos.

Lo de la revolución francesa “igualdad, fraternidad y libertad” supone que hay avances en la sociedad. Sí, hay avances en eso. Y ¿coincide con lo que ahora llaman “cauces democráticos”? No. Los países democráticos, incluso si son en su interior más o menos democráticos, vemos que ponen fronteras a la democracia. En EEUU se habla de democracia, ¡pero qué democracia! Se alude a que allí todo pasa por las urnas. Bueno, pues si van a las urnas que digan que es un país donde la gente va a las urnas pero que no hablen de democracia. ¿A qué democracia se refieren? ¿Qué derechos hu­manos ha defendido EEUU en México y al sur de su frontera, en Guatemala, Honduras, El Salvador, Chile, Brasil…? Ha matado directa o indirectamente decenas y centenares de miles de personas, para defender su democracia, claro.

Mucho cuidado, pues, con el uso del término democracia. Es que hay partidos democráticos y pero no democracia. Me parece muy bien que haya lo que se llama convencionalmente democracia, eso no supone ningún problema. Lo que quiero es que me aclaren qué es democracia, y a cuántos seres humanos les compete eso. La Carta de las Naciones Unidas dice: “a todos”.

Bueno, volvemos al tráfico de las migraciones. ¡Que un ser humano no pueda moverse para vivir!… Claro, tenemos tan metido que antes que la democracia, que antes que el ser humano están las fronteras. Y entonces debe repensarse la visión del ser humano que se contempla y valorar si eso tiene que ver algo con la democracia.

Para terminar este primer punto de ver la realidad, sólo unas líneas de una carta que escribieron desde Burkina Faso. Burkina Faso es un país de los más jóvenes que hay en África. Ocurre que el primer mundo quiere vivir cada vez mejor. Pero nos se les ocurre que para que otros vivan decentemente hay que bajar el buen vivir del primer mundo… y eso, jamás. Volviendo a Burkina Faso. Les dijeron a sus habitantes, y per­donen si hay gente que sabe más o al final me corrige, que cultivando algodón les iba a ir bien y cultivaron el algodón. Por su parte el algodón cultivado en los Estados Unidos estaba subven­cionado y entonces los agricultores podían vender, en todo el mundo, incluido Europa, el algodón de Estados Unidos a más bajo precio que el algodón producido en Burkina Faso.

Entonces en Burkina Faso un párroco se atreve a leer una carta. Ustedes, aquí describe a los señores ministros de la Unión Europea, la democracia más de­mócrata de todas las democracias, podrán seguir fletando esos humillantes vuelos charter de repa­triaciones, que tan profundamente hieren el hospitalario espíritu africano; ustedes podrán poner una tercera alambrada en Ceuta y Melilla; ustedes podrán orga­nizar regresos hacia las fronteras bajo las luces y las cámaras de televisión, que tranquilizará a la mal informada opinión pública, pero nada de eso detendrá la llegada de refugiados económicos. Esto lo sé yo muy bien, porque en el Salvador ocurre lo mismo con mi­llones de personas que quieren entrar en Estados Unidos y les han de­vuelto una y otra vez. Y ¿qué quiere los salvadoreños? Volver a intentarlo. Así lo dicen. También se­guirán lle­gando de África a Europa porque el gobierno francés y los go­biernos europeos no quisieron jamás que los campesinos africanos de África Occidental, que son el 50% de la población africana, pudieran vivir del trabajo de la tierra. Ocurre que con solo dejar un pequeño porcentaje para la cooperación interna­cional del presupuesto del Estado, ya estamos tranquilos. Los estados europeos se niegan a com­prar los productos de África a un precio remunerativamente justo, que les permita quedarse a los africanos en su tierra. Se niegan a invertir en la agricultura familiar y esto no se acaba de en­tender, porque es la única capaz de arraigar a las poblaciones en su propio territorio. Se prefiere llevar y distribuir ayudas tardías, basadas en stocks de productos sobrantes y con grandes costos en gastos de transporte, en lugar de crearles un ambiente propicio al desarrollo de sus propios productos.

Lo primero, pues, es ver la realidad. He enfatizado el aspecto oscuro, porque para ser cristiano no hay que llegar al Nuevo Testamento. Desde el Génesis está la pregunta de Dios “¿qué has hecho de tu hermano Abel?”

2. Opción por los pobres

El segundo punto es “opción por los pobres”. Ya lo dijeron los obispos en Medellín, el año 1968 y luego en Puebla en 1972: “hay que hacer una opción por los pobres”. Y ser cristiano es optar por los pobres y si no se hace eso uno ya no lo es. Esto es lo único que quiero decir. La idea es sencilla, y para que no sea teórica vamos a repensar las cosas. ¿Qué es ser cristiano? ¿Qué nos dijeron en nuestro colegio? ¿Qué nos dijeron en nuestra casa? ¿Qué nos dicen ahora? ¿Qué se silencia ahora? Lo que creo es que optar por los pobres es necesario para ser cristiano. Porque pobres, y de eso no hay duda, son la mayoría de la humanidad. Dios mismo hace una opción por los pobres. Los que están oprimidos, explotados, sufriendo… y cuyos sufrimientos ve Dios; cuyos lamentos, achacables a causas históricas y a látigos bien definidos de capataces, los oye Dios. Dios no es imparcial. A Dios el corazón se le va siempre, por así decirlo, donde hay más su­frimiento. Lo cual no quiere decir que no tenga corazón para quienes no sufren tanto. Eso es otra cosa. Un teólogo alemán, llamado Jeremías, habla del Reino de Dios traído por Jesús y esa utopía no es que los pobres van a ser una potencia. La utopía es que el Reino de Dios es una vida y que los pobres puedan vivir de lo que producen, para que su vida sea posible. Y dice este autor que eso es lo central del mensaje.

Como os he dicho, los obispos en la reunión de Puebla en 1979 dijeron algo realmente fantástico: por el mero hecho de ser pobres, no por ser buenos y santos, (es verdad que cometen a veces algún exceso y pecados) por el mero hecho de ser pobres, independientemente de su situación personal y moral, por el mero hecho de que llevan sobre sus espaldas el peso de la vida, por ese mero hecho, dicen que Dios hace dos cosas, y a mí me encantan las dos cosas y el orden en que las dijeron: los defiende y los ama. Y yo recalco lo primero, los defiende, porque ¿a quién se defiende? Dios defiende, quiere defender al pueblo. Es decir, Dios se solidariza en los pobres, para tomar partido y meterse en el inmenso conflicto de la historia, en ese inmenso conflicto para defender al pobre. Y luego, sin ninguna duda, los ama, los lleva dentro de su corazón.

Ser cristiano hoy es hacer una opción. Y ¿qué significa hacer una opción? Bueno, pues siendo concreto, y actuando desde las cosas más exteriores (uso la palabra exterior y no sólo externo, porque externo parece más frío mientras lo exterior tiene su emotividad). Desde lo exterior, es decir, con todo tipo de ayuda a los pobres, trabajos en ONGs, algunas de las cuales a mi me encantan, y otras digo, pues mira, son como una pequeña empresa…

Ya sabemos lo que le pasó a Jesús en sus ideas en defensa del pobre: cuenta el evangelio de Marcos quien tenía una gran agudeza (acabemos de una vez con esa idea que ser cristiano es una cosa relativamente fácil. No es fácil. Es gozoso, que es distinto. Esto sí. Y da gusto ser cristiano), que desde el principio Jesús hizo una cosa buena, pero la hizo de mal modo. La cosa buena era curar a un paralítico. Pero no se le ocurrió que era sábado y además estaba en la Sinagoga. Siendo un lugar sagrado, donde no se podía trabajar, trabajó; pero esto lo hizo para decir que a Dios no le importa ni las normas ni la Sinagoga, sino que le importa la salud del pueblo.

Estamos en el capítulo tercero de Marcos en el verso catorce o quince. Y des­pués de ver cómo Jesús hacía las cosas tan buenas, aunque las hacía en sábado y con esto ponía en peligro todo el sistema religioso-ideológico, dice que los herodianos, que era la guardia del rey Herodes (ya estaba inventado entonces lo de las policías) y los fariseos se confabularon para eliminarlo. Tendríamos que pensar en que si nunca ha venido ninguna persecución, es que no ha habido defensa real del pobre, verdad. Eso es lo que quería decir Marcos.

En la opción por los pobres está, pues, lo exterior, pero quizás la opción por los pobres, la más honda, ocurre en lo interior. Que no por ser invisible es menos veraz. Lo interior no quiere decir que sea puramente inmaterial, irrelevante, que no se puede entender, que no tenga expresión. ¿Qué quiero decir? Si me permiten, hubo un filósofo alemán, muy importante, Ema­nuelle Kant, que decía “para decir qué es un ser humano, responda a tres preguntas: qué se puede saber, qué podemos esperar, y qué tenemos que hacer”. Yo creo que el asunto de los pobres se apoya en esas tres preguntas. Qué puedo saber yo de lo que es y lo que no es la opción por los pobres. La opción por los pobres es tomar en serio la opción de si sabemos lo que es ser pobre. Yo no digo que lo sepa ¿no?, pero he reflexionado y se me han ocurrido estas cosas.

Pobre es al que le quitan la vida, por supuesto. Nosotros damos la vida a causa de la enfermedad (evidentemente moriremos, verdad), pero mi vida no está en peligro por falta de cosas básicas. También, pienso, que pobres son aquellos que tienen a casi todos los poderes en contra. Digo a casi todos, porque a veces hay pobres (los menos) que están en el poder. Pero estructuralmente hablando, el poder judicial, la idea de ju­risprudencia, de legalidad, de lo que es ley, de lo que es justicia, eso ¿está visto desde los pobres? Yo creo que no, y que en el mejor de los casos, y ojalá, esté visto desde la universalidad del ser humano. Legislemos para el ciudadano. Pero yo no creo que la idea del pobre esté en el centro de lo que es la justicia. Los israelitas cuando pensaban en un rey justo, pensaban en alguien que viniese para ayudar al pobre. ¿Por qué? Porque los no-pobres no necesitan un aparato que los defienda.

La idea de justicia, en Grecia creo que no, pero sí en el Oriente Medio y Oriente Central, nació de la situación en la que veían que al pobre le iba mal, que al pobre los ricos se lo devoraban. Y protegían al pobre. Es decir, pensaban las cosas desde el pobre. ¿Y se pude pensar la ingeniería desde el pobre? Pues os digo la verdad, que a mí me aturde ver tanta prosperidad en arquitectura, autopistas, puentes… para llegar solo 15 minutos antes al destino. Quizá se trata de una arqui­tectura al servicio de la abundancia. Gustavo Gutiérrez se pregunta, es demagogia, pero es verdad:“bajo qué techo van a dormir los dos mil millones de pobres en el siglo XXI”. Se puede estructurar una arquitectura pensando en la acción por los pobres. Lo único que hay que decir es que la acción por los pobres no es solamente cuánto podemos darles en tiempo, sino que comienza en qué y cómo pensamos hacer las cosas. Lo mismo la esperanza. ¿Qué esperamos entonces? ¿Cuáles son nuestras utopías? La utopía es la vida. La utopía, pues, es la vida, claro, y esto quiere decir que la opción por los pobres empieza en qué conocemos, en qué esperamos y en qué hacemos por ellos. Así de simple. Que los pobres de Gaza, puedan comer, que no tengan que arriesgar la vida, ni ponerse en manos de mafias (y yo conozco las de El Salvador). No es poco, diréis, que nosotros hagamos algo por los pobres, que hagamos algo por ellos. Yo lo que quiero decir es que, y esto seguro que puedo decirlo, tenemos que estar abiertos a la opción a dejarnos salvar por Jesús, puesto que la salvación viene de él.

Les cuento una historia buenísima en latín. Se decía antiguamente, en el siglo tercero “extra eclessiam nulla salus” (“fuera de la iglesia no hay salvación”). Y se entiende lo que querían decir. En el Vaticano II hubo un dominico, Schillebeckx, que dijo: “extra mundum nulla salus” (“fuera del mundo no hay salvación”), porque Dios opera en el mundo y a través del mundo. Y en América, los latinoamericanos más infelices, pero quizás también más audaces, dicen “extra pauperes nulla salus” (“fuera de los pobres no hay salvación”). Esto es lo que quiero decir, y lo que quiero formular. La salvación es una palabra sumamente abarcadora, ¿no? Puede significar superar ca­rencias básicas, puede significar que somos, como seres humanos, como Dios manda ¿verdad? No perspicaces, ni ladrones, ni amados, ni insensibles. Puede significar vida justa, básica y digna y puede significar redención en el sentido de que hay una per­cepción cristiana, antigua, de que del mal del mundo no se libera si uno no carga con él un poco.

La gran mentira de la civilización actual. Ustedes vivan bien y, además, van a vivir mejor, y comprarán más y gastarán más. Y con eso van a ayudar para que las migajas y los centavos y la gaita llegue a otros puesto que también va a sobrar para ellos. ¿Quién va a sufrir en la salvación de este mundo? Nadie. Todos vamos a gozar. No sé si me he explicado y si habiéndome explicado si están de acuerdo o no.

3. Quitar las raíces del mal

Pero la tradición cristiana tiene otra intuición y se mide por quitar las raíces del mal. El mal no es un producto de escaparate, no, tiene raíces en la historia. Para quitar males, es decir, para arrancar raíces, hace falta estar dispuesto a cargar con ese trabajo. Y los pobres, por el mero hecho de ser pobres, lo hacen. Y eso debiéramos agrade­cérselo.

Bueno, no hay mucho tiempo para explicar esto, pero sí hacer algunas preci­siones. ¿Por qué digo eso? Escribe José Comblin, un belga que ha estado 50 años entre Brasil, Chile, etc. quien ya tiene 83 años y por lo tanto no es un demagogo juvenil: “En los Medios de Comunicación se habla de los pobres siempre de forma negativa, como los que no tienen bienes, los que no tienen cultura, los que no tienen para comer. Visto desde fuera el mundo de los pobres es siempre negativo. ¿Cómo vamos a esperar la salvación de esta gente?” Pero el mundo de los pobres tiene vitalidad. Luchan para sobre­vivir, no para conseguir alguna ventaja. Inventan trabajos informales y construyen una civilización distinta, de solidaridad entre las personas que se reconocen iguales, con formas de expresión propias, incluidas el arte y la poesía. Eso está un poco idealizado y como no me va a dar tiempo a desglosarlo… (También tenía aquí un párrafo largo, en el que se habla de que los pobres cometen pecados, pero por encima de todo eso también producen vida). O sea, en los pobres hay un potencial de salvación y sobre todo ese aspecto de la salvación que es la humanización. De esto he visto mucho. Personas que han ido de aquí, de Europa… y que han ido a cumplir una opción por los pobres, ayudando. Y de repente dicen que algo ha pasado, yo he recibido algo y ¿qué es eso? Quizás eso es un sentido de vida, en el que no hay un sentido amargo por la gente, y que el vecino, el de al lado no es un contrincante. En el primer mundo la vida es oposición ¿no? A mí me recuerda la frase de Lutero: “¿cómo encontrar a un Dios benévolo?”.

Que a uno le reconozcan sus derechos cuando son legítimos es muy importante. Pero hay algo más. Además de ser seres humanos necesitados de que se respeten nues­tros derechos podemos ayudar a los pobres. Y ¿los de arriba? Los de arriba también pueden ayudar mucho, que es lo que esperamos nosotros. Entonces hay que hacer una analogía sobre cómo parti­cipar sin ser pobre en el mundo de la pobreza: ana­lógicamente. Puede ser en una inserción, puede ser en un trabajo entregado realmente, no sólo a medias, y no sólo mientras las cosas vayan bien. Puede ser en defender a los pobres, trabajando en derechos hu­manos con todas las consecuencias. Puede ser, sobre todo, haciendo nuestras sus esperanzas y su gozo. Cuando somos así en el Primer Mundo claro que podemos ser cristianos, pero de alguna forma tenemos que ser o vivir o estar configurados análo­gamente con el mundo de la pobreza.

San Ignacio de Loyola

Y para terminar, ya que estoy en Loyola, quiero decir algo sobre el santo. San Ignacio de Loyola escribió, mejor dicho rumió, rumió y pensó mucho cosas que luego puso por escrito. Y esas cosas que escribió son los Ejercicios Espirituales. Pues en los Ejercicios Espirituales hay un montón de cosas que a mí me han iluminado, leídas desde allá para hablarles.

Primero, dice San Ignacio en una meditación que hay que mirar a todo el mundo, no solo a mí, a Loyola, a la Compañía de Jesús… a todo el mundo y sobre todo al Tercer Mundo, y si no tenemos el coraje de ver a todo el mundo, pedir la gracia de verlo.

La segunda cosa, es la pregunta de San Ignacio para mirar el signo de los tiempos. Ellacuría decía, quizá se equivocaba, que mirar el signo de los tiempos es lo más fácil de hacer. Otra cosa es el discernir lo que lleva a otro tratamiento de las cosas. ¿Pero qué distingue a nuestro mundo? ¿Cuál es el gran signo de los tiempos? Ellacuría lo escribió en el año 1981, en el exilio. San Ignacio no hablaba de esta maneras, pero sí nos proponía el discernimiento, que nos puede servir para buscar y para no quedarnos tranquilos hasta encontrar la respuesta.

La tercera cosa que decía San Ignacio es la elección… y habla San Ignacio de ponerse ante Cristo crucificado y esto no es colocarse en otro mundo, verdad. Es decir, Cristo crucificado está realmente presente en los pobres. De ahí las preguntas que se hace San Ignacio: “qué he hecho por Cristo, que hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo”. Y luego añade “y discurrir por lo que se ofreciere”. Usted se pone ante los cru­cificados del mundo, y verán cómo se les vienen cosas a la cabeza cosas para hacer.

Y lo último de todo, decía San Ignacio que hay dos caminos en la vida. Hay un camino que empieza con la pobreza, digamos por la austeridad y otro que empieza por la riqueza, que en principio es lo que queremos todos, y lo que ofrecen todos los parti­dos políticos. El de la pobreza lleva a la humildad, y este es un hombre que no vive para sí, que vive para los demás. Y el otro, el que mira por la riqueza, tiene amores mun­danos, vanas pasiones y le lleva a la soberbia. Entonces, termina San Ignacio, el que está en el primer camino va hacia todas las virtudes, a todo lo que hay de bueno, de bello, de sano, de verdad, de bienaventuranza y todo eso se va a reflejar en su vida. Y el que ha decidido seguir el segundo camino, va a las mentiras, a la corrupción, al des­precio. Eso pensaba San Ignacio. Ese primer camino es el que va a salvar el mundo. Entonces, aunque suene muy raro, pero lo he leído en jesuitas que están en el Tercer Mundo “el pobre es el que va a salvar a los ricos”. Locura manifiesta. Puede que si. Y lo he leído en un jesuita de Sri Lanka, doctor en teología y doctor en budismo: “los pobres, por serlo, no por ser santos, van a salvar a los ricos”. También lo he leído en un jesuita africano: “estas iglesias de África tan desgraciadas, tan pobres, etc., van a salvar a todas esas iglesias ricas que hay en el mundo”. Acabo de leer en Pérez Otegi, un jesuita de Venezuela, y en su día lo leí en Ellacuría que “esta civilización de la riqueza sólo tiene una solución, que sea superada por una civilización de la pobreza”.

Bueno, pues eso es todo lo que iba a decir. Perdonad que me haya alargado.