-----Hace unas semanas oímos mi amigo Antonio Quitián y yo de una madre este profético piropo en unas circunstancias tan trágicas como la muerte de su hijo en accidente laboral. A los pocos días volvimos a escuchar las mismísimas palabras de la boca de la hermana de otra víctima mortal como consecuencia de lo mismo: “Mi hermano no tiene precio”.
-----Sin duda, a oídos de todos ha llegado esa frase o la hemos pronunciado nosotros mismos, pero, al ser dicha por esta madre y hermana, a mí me sonó con una fuerza y novedad inimaginables por el tono dramático y evangélico, por los ojos empapados en lágrimas, por los labios secos, por la ternura, por la protesta y, sobre todo, por la razón infinita que les asistía.
-----No era para menos porque el hijo había quedado aplastado por un camión en un terraplén cuando saltó del vehículo en el intento último de salvar su vida y el hermano fue atropellado mortalmente por otro camión que no lo vio a pié de la obra donde trabajaba. Todo sucedía el mismo día y casi a la misma hora, eso sí, en pueblos diferentes.
-----Pero si la madre y hermana coincidían en que sus familiares tan cercanos no tenían precio a la hora de fijar cualquier tipo de indemnización, también coincidían en otro grito: “Se podía haber evitado”. ¡Qué tremendas coincidencias¡
-----Uno inmediatamente va al Evangelio y encuentra en labios de Cristo: “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Marcos 2, 27) y un poco más adelante: “¿Qué está permitido en sábado hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla ?” (3, 4).
-----Y, por si fuera poco, oyendo a esas dos mujeres resonó en mi corazón el eco del Evangelio en boca de Cardijn: “Un trabajador vale más que todos los tesoros del mundo” y ésta otra de León Felipe: "El hombre, el hombre es lo que importa”.
-----Por eso: una persona no tiene ni puede ni debe tener precio. Si fuera así, que es como Dios quiere, otro gallo nos cantaría.
Antonio Hernández-Carrillo