Por un trabajo sin victimas
La gloria de Dios es que el hombre viva:
El trabajo es para la vida.
Comisión Permanente de la HOAC
Mayo de 2000
La Organización Internacional del Trabajo califica la situación de los accidentes de trabajo y de las enfermedades laborales de «hecatombe del trabajo». Y no exagera: cada año se producen en el trabajo 1.100.000 muertes. Son 250 millones de accidentes al año, 685.000 diarios, 475 por minuto, 8 por segundo.
Pero, lo más grave de todo es que se podrían salvar alrededor de 600.000 vidas cada año sólo con utilizar las medidas de seguridad disponibles ahora. la mayoría de las muertes en el trabajo es evitable.
España, en el marco de la Unión Europea, sufre una de las situaciones más graves en cuanto a accidentes de trabajo y malas condiciones para la salud laboral. En nuestro país se producen diariamente más de 2.000 accidentes. Cada día mueren en el trabajo 3 personas y otras 4 quedan con alguna discapacidad.
Todas las personas podemos y debemos hacer algo al respecto. Hay que exigir mayor responsabilidad a los empresarios. Hay que exigir a las administraciones que hagan cumplir la legislación vigente. Hay que pedir una acción cada día más decidida a los sindicatos obreros y colaborar en sus iniciativas. Pero hay que insistir también en la responsabilidad de todas y todos los trabajadores y en la importancia de lo que podemos hacer cada uno de nosotros.
Es preciso introducir profundos cambios en los sistemas de producción y en las conciencias de las personas para que la dignidad de la persona trabajadora y su derecho a la vida y a la salud sean los criterios que presidan la organización del trabajo.
La fe en Jesucristo resucitado y el seguimiento de Jesús crucificado nos llaman y alientan para hacernos cargo del otro, del compañero y hermano obrero que sufre las condiciones de trabajo precario en sus propias carnes en forma de accidente o de enfermedad, del compañero que no conoce los recursos y derechos que tiene para la protección y promoción de su salud en el trabajo. la doctrina social de la Iglesia también nos ilumina y orienta para sostenernos en un compromiso en defensa de la vida, por cambiar las condiciones objetivas que están en el origen de la situación: la precariedad en el trabajo, las malas condiciones de trabajo, la falta de organización de los trabajadores, los incumplimientos de la ley, la escasa conciencia en la sociedad...
Una situación que clama al cielo
Si nos fijamos en los datos de la siniestralidad laboral en España, vemos una situación que clama al cielo. Aquí no pretendemos ofrecer muchos datos (pueden verse algunos que son suficientes para darse cuenta de la magnitud del problema en los cuadros que acompañan este texto), solamente constatar algunas conclusiones evidentes de los mismos. Pero teniendo en cuenta algo muy importante: esos datos expresan una realidad vital para los trabajadores. De lo que estamos hablando no es de cifras, sino de la vida y la salud de los trabajadores.
De los datos estadísticos se pueden obtener algunas conclusiones:
- La cifras de accidentes laborales son muy altas. Pero, además, no hacen sino aumentar: cada vez hay más accidentes de trabajo. Aumentan los accidentes tanto en el trabajo como en el desplazamiento al mismo. Y aumentan tanto en términos absolutos como relativos. No es cierto, como a veces se ha dicho, que haya más accidentes porque hay más trabajadores en activo, porque haya más actividad económica: el número de accidentes por cada 1.000 trabajadores sigue aumentando.
- También aumentan las enfermedades profesionales, otro aspecto muy importante de la salud laboral que no se suele tener tan en cuenta. las estadísticas en este sentido son más recientes y menos fieles a la realidad: no se registran, ni mucho menos, todas la enfermedades profesionales. Sin embargo, su crecimiento es evidente.
- Por sectores, la Construcción ha sufrido el mayor aumento interanual de los últimos años, tanto en su conjunto como considerando el aumento de los accidentes graves. Servicios es el segundo que más incremento ha registrado. la siniestralidad en la Industria ha aumentado pero por debajo de la media. En promedio, el sector Agrario es en el que menos ha crecido la siniestralidad, aunque en él se han registrado más accidentes mortales.
- Es muy claro que las condiciones de trabajo relacionadas con la temporalidad representan un mayor riesgo de accidente: los trabajadores con contrato temporal representan alrededor de un 35% de la población asalariada y, sin embargo, sufre casi el 60% de la siniestralidad. En todos los sectores la siniestralidad es mayor en contratados temporales que en los fijos. la tasa de accidentes de trabajo mortales también es claramente superior entre los contratados temporalmente, incluso algunos años se ha duplicado.
- La pequeña y mediana empresa constituyen el lugar de trabajo en el que el riesgo de accidente es mayor, coincidiendo precisamente con los ámbitos de trabajo donde menor es la presencia de la acción sindical y mayor la degradación de las condiciones de trabajo por las subcontratas o la dependencia del trabajo para grandes empresas que imponen condiciones abusivas.
- Los datos también muestran que existe una estrecha relación entre siniestralidad laboral, precariedad de las condiciones de trabajo y el incumplimiento por parte de los empresarios de la ley de Prevención de Riesgos Laborales: por ejemplo, el 54% de las empresas no asume su obligación de realizar una evaluación inicial de riesgos para evitar accidentes de trabajo, siendo las empresas de menor tamaño las que más incumplen esta obligación legal.
- Es también importante destacar que esta mala evolución de la siniestralidad laboral se está produciendo en un contexto de crecimiento económico y de gran rentabilidad empresarial.
El trabajo es para la vida
La Iglesia, y por tanto la HOAC, no tenemos respuestas sindicales o políticas concretas a la situación de los accidentes y enfermedades profesionales. El buscar y poner en práctica esas soluciones es tarea de todos en la que nosotros queremos colaborar desde nuestra inserción en la realidad del mundo obrero y desde la participación en las organizaciones obreras. En ese sentido, no podemos aportar nada distinto a los demás, participamos de la misma búsqueda que todas las personas de buena voluntad. Pero lo que sí podemos aportar desde nuestra fe en Jesucristo, desde nuestra condición eclesial, es algunos criterios y valores desde los que mirar, valorar y actuar en esa realidad. De hecho, todas las soluciones que se proponen a los problemas sociales parten de unos criterios y valores, que son decisivos para que esas respuestas vayan o no en favor de las personas.
Queremos plantear algunos elementos que nos ofrece la fe de la Iglesia, a través de la Palabra de Dios y de su doctrina social. Entendemos que tres elementos fundamentales que pueden orientar nuestra mirada, valoración y actuación ante la situación de la salud laboral son:
- Primero, el valor sagrado de la vida y lo que significa su defensa y promoción en razón de la dignidad de la persona del trabajador, pues ambos elementos, la vida y la dignidad de la persona, son los que están puestos en entredicho en la falta de salud en el trabajo.
- Segundo, como un aspecto concreto de lo anterior, el criterio fundamental que debe presidir la organización del trabajo: la dignidad y los derechos de la persona del trabajador, pues la situación descrita muestra que algo fundamental no marcha bien en el trabajo cuando éste es para muchos lugar de muerte y sufrimiento.
- Tercero, profundizar en el camino que mejor puede afirmar el valor de la vida y la dignidad de la persona en el trabajo, que no es otro que el del amor hecho práctica de misericordia, pues esa práctica es la que mejor expresa la vida y el mensaje de Jesucristo que es, para nosotros, el verdadero camino de Vida.
1º.- El valor sagrado de la vida. En nuestra sociedad todos los planteamientos humanistas, se fundamenten o no en una fe religiosa, y en general la mayoría de las personas, consideramos que la vida de la persona es un valor superior, un bien básico de la persona. los cristianos, además, consideramos que la vida tiene un valor sagrado por el hecho de que las personas somos hijas de Dios: «la vida es siempre un bien (...) ¿Por qué la vida es un bien? La pregunta recorre toda la Biblia, y ya desde sus primeras páginas encuentra una respuesta eficaz y admirable. la vida que Dios da al hombre es original y diversa de la de las demás criaturas vivientes, ya que el hombre, aunque proveniente del polvo de la tierra, es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria (...) Al hombre se le ha dado una altísima dignidad, que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une a su Creador: en el hombre se refleja la realidad misma de Dios» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 34).
Este es un primer criterio que hemos de considerar con toda seriedad al mirar, valorar y actuar ante la situación de la salud laboral: nos estamos refiriendo a una situación que pone en crisis el valor sagrado de la vida humana.
El valor sagrado de la vida humana debe ser un criterio fundamental que presida la vida social en todos sus aspectos, también en la forma en que se organiza el trabajo y en las condiciones en que se realiza. El derecho de cada persona a ver respetado el bien de su vida es fundamento de la convivencia humana y de la vida social. Reconocer este valor de la vida implica comprometerse en la defensa y promoción de la vida de las personas, también en el trabajo. Defender y promover ¡a vida es tarea y responsabilidad humana fundamental, que choca frecuentemente con una manera práctica de situarse que subordina la vida a otros «valores»: «Estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera “cultura de muerte”. Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia» (Evangelium vitae, n. 12).
Por eso, la defensa y promoción de la vida reclama hoy un profundo cambio cultural que ponga como fundamento de las decisiones concretas la justa escala de valores: la primacía del ser sobre el tener, de las personas sobre las cosas: «En síntesis, podemos decir que el cambio cultural deseado aquí exige a todos el valor de asumir un nuevo estilo de vida que se manifieste en poner como fundamento de las decisiones concretas -a nivel personas, familiar, social e internacional- la justa escala de valores: la primacía del ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas» (Evangelíum vitae, n. 98).
2º.- El primer criterio para valorar y organizar el trabajo es la dignidad de la persona. la defensa y promoción de la vida tiene en el trabajo una dimensión fundamental. El trabajo es un bien de la persona, porque es un instrumento fundamental para su realización y para la construcción de la sociedad. Con el trabajo la persona participa de la obra creadora de Dios y realiza su vocación a la comunión. Sin embargo, con frecuencia, en lugar de ser ese instrumento de humanización, el trabajo se ha convertido en un instrumento de explotación, sufrimiento y muerte para el ser humano, negando así radicalmente la voluntad de Dios al negar la dignidad del ser humano.
Esto es así porque se ha producido una radical inversión de los valores, poniendo las cosas por encima de las personas. Esta inversión de valores degrada a la persona del trabajador por convertirla en un instrumento. Para afirmar la vida, la actual inversión de valores debe ser transformada de manera que en la práctica impere el auténtico orden de valores: la dignidad y el verdadero valor del trabajo está en el hecho de que es una persona quien lo realiza y, por tanto, el respeto a la dignidad de la persona trabajadora es el primer criterio para organizar el trabajo y la vida económica.
Poner de relieve esta primacía de la persona tiene consecuencias muy importantes: lo que conduce a la vida es poner en primer lugar la dignidad y los derechos de la persona que trabaja, sometiendo a ella la rentabilidad y el beneficio económico; organizar el trabajo sólo desde su rentabilidad económica, dejando en segundo lugar los derechos de los trabajadores, es un camino de muerte.
«Conviene subrayar y poner de relieve la primacía del hombre en el proceso de producción, la primacía del hombre respecto de las cosas. Todo lo que está contenido en el concepto de «capital» (...) es solamente un conjunto de cosas. El hombre como sujeto del trabajo, e independientemente de] trabajo que realiza, el hombre, él solo, es una persona. Esta verdad contiene en sí consecuencias importantes y decisivas (Juan Pablo II, Laborem exercens, n. 12)
«Cuando se trata de determinar una política laboral correcta desde el punto de vista ético (...) Tal política es correcta cuando los derechos objetivos del hombre del trabajo son plenamente respetados (...) la realización de los derechos del hombre del trabajo no puede estar condenada a constituir sola mente un derivado de los sistemas económicos, los cuales (...) se dejen guiar sobre todo por el criterio del máximo beneficio. Al contrario, es precisamente la consideración de los derechos objetivos del hombre del trabajo (...) lo que debe constituir el criterio adecuado y fundamental para la formación de toda la economía... » (Laborem exercens, n. 17).
3º.- «Dichosos los misericordiosos». Lo que acabamos de decir sobre el valor de la vida y la dignidad de la persona trabajadora como el criterio fundamental para organizar el trabajo, no puede reducirse a un conjunto de ideas. Son, sin duda, valores éticos para defender y promover, pero son algo más radical: son una forma de experimentar la realidad. Así cobran su verdadera dimensión humanizadora y transformadora de la realidad. En su base está la experiencia de la misericordia, del amor hecho práctica de solidaridad. Este es el fundamento, motor y motivación de la defensa de la vida y de la dignidad de la persona.
Ser persona como es debido, como Dios quiere, es para Jesús, reaccionar con misericordia. Es lo que muestra, por ejemplo, la parábola del samaritano (Lc 10, 25-37). lo que destaca la parábola es que aquel hombre fue «movido a misericordia» porque interiorizó el sufrimiento ajeno y esto desencadenó su acción. Así se hizo «prójimo» del otro. La misericordia como reacción es acción fundamental del ser humanos.
Esa misericordia es también la realidad con que los evangelios se refieren constantemente a Jesús, que actúa porque siente compasión de la gente.
Jesús describe constantemente a Dios como misericordia, como ocurre por ejemplo en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32).
Con la misericordia se describe, pues, en la Biblia, al ser humano, a Jesucristo y a Dios: es algo fundante y fundamental, es el amor al prójimo, que surge ante el sufrimiento ajeno injusto y que actúa para combatir ese sufrimiento, por una sola razón, la misma existencia de ese sufrimiento, y sin poder ofrecer ninguna excusa para no hacerlo. Ese es el verdadero amor al prójimo.
Con esa reacción ante el no-deber ser del sufrimiento ajeno se juega el propio ser: es así como somos personas como Dios quiere (Mt 25, 31-46). Por eso Jesús dice «dichosos los misericordiosos» (Mt 5,7), porque quien vive según la misericordia realiza lo más hondo del ser humano, se hace afín a Dios y al Padre. la misericordia es camino de felicidad, de humanización, de liberación.
Para Jesús, que la persona viva es lo más importante. El eleva la misericordia a principio, y eso es «peligroso» porque le da una enorme carga «política» en un mundo marcado por la falta de misericordia: Jesús apela al cambio del corazón de las personas, a la transformación de las mentalidades que subordinan o no reconocen la prioridad de la persona, y al sometimiento de las estructuras sociales, económicas, políticas... a las necesidades y derechos de las personas. la misericordia sacude esas tres dimensiones de la realidad y demanda su cambio radical, su transformación, para que la persona viva.
Ante la situación de los accidentes de trabajo y de las enfermedades laborales, que constituyen un gravísimo atentado contra la vida y la dignidad de los trabajadores, queremos proclamar que la gloria de Dios es que las personas vivan y que el trabajo es para la vida.
El conflicto entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte
La situación de la salud laboral pone de manifiesto el conflicto que existe en nuestra sociedad entre las culturas de la vida y de la muerte.
En los últimos años se han producido algunos cambios importantes que representan pasos positivos para dar una respuesta social al grave problema de la seguridad y la salud en el trabajo. Entre otros, dos elementos fundamentales que enmarcan esta respuesta son la Ley de Prevención de Riesgos Laborales (LPRL) de 1995, y el Plan de Acción sobre la Siniestralidad Laboral, de octubre de 1998.
La LPRL representa un nuevo modelo de seguridad y salud en el trabajo que tiene como eje fundamental la prevención, lo cual supone un importante salto cualitativo respecto a la situación anterior. la ley también atribuye un nuevo papel a las administraciones públicas y, sobre todo, un fortalecimiento del papel de los agentes sociales, muy destacadamente el reforzamiento de los mecanismos de participación de los representantes de los trabajadores y trabajadoras. La ley establece con toda claridad la obligación del empresario de proteger la salud de los trabajadores y concreta en ese sentido los derechos y obligaciones de los trabajadores y de las empresas para hacer efectivo el derecho a una protección eficaz y operativa de la salud en el trabajo. En la concepción de la LPRL está muy presente la necesidad de potenciar los elementos de cooperación. la protección eficaz de la salud en los lugares de trabajo exige una actitud de entendimiento y cooperación entre empresarios y trabajadores. la participación viene elevada en la LPRL a la categoría de principio de la política en materia de prevención de riesgos laborales.
Si la miramos desde lo que implica el valor de la vida y su defensa y promoción, así como desde la dignidad y los derechos de la persona del trabajador como criterio fundamental que debe presidir la organización de] trabajo, la LPRL merece una valoración positiva. El marco que establece contiene elementos avanzados para, desde el terreno de los instrumentos jurídicos, lograr una verdadera y eficaz política de garantía del derecho de los trabajadores a la protección de su salud. Sin embargo, y esto se ha convertido ya en un triste lugar común cuando se habla de seguridad y salud laboral, el contar con unas normas avanzadas no ha impedido por el momento unas elevadas cifras de siniestralidad laboral y que éstas hayan venido creciendo sin interrupción en los últimos años ¿Por qué ha ocurrido esto? Desde luego, no hay que perder de vista que una ley no es un plan de choque del que se puedan esperar resultados inmediatos, pero hay que tener muy presente que un hecho constataba es, llanamente, el incumplimiento de la ley como una causa importante de su falta de resultados, lo cual es extremadamente grave.
Lo que sí constituye algo más parecido a un plan de choque contra la creciente evolución de la siniestralidad laboral en España es el Plan de Acción sobre Siniestralidad Laboral que, por iniciativa de los agentes sociales, fue aprobado por la Comisión Nacional de Salud y Seguridad en el Trabajo en octubre de 1998. En este caso ya no se trata de un marco jurídico, sino de un amplio programa de acciones concretas en muchas vertientes que influyen en la prevención de riesgos laborales (desde acciones de sensibilización, programas de formación, promoción y apoyo a la actividad preventiva, acciones de Investigación y estudio, acciones legislativas, reforzamiento de la actividad inspectora y sancionadora, hasta coordinación de las administraciones públicas), incluyendo la previsión temporal de su ejecución y la creación de una Comisión de Seguimiento de sus resultados. A partir de los análisis efectuados sobre la siniestralidad en los diversos sectores, el Plan comienza recordando algo muy importante: que la creciente siniestralidad no obedece sólo a una mayor actividad económica y a un mayor nivel de ocupación, sino que responde a la falta de una verdadera cultura de la prevención en todos los ámbitos de la sociedad, al insatisfactorio cumplimiento de la normativa de prevención de riesgos laborales así como al desconocimiento de las ventajas que aporta una adecuada prevención de riesgos laborales.
Sin embargo, los representantes sindicales en la Comisión de Seguimiento del Plan de Acción hacen una valoración negativa de su cumplimiento, no porque el Plan fuera malo, sino porque prácticamente no se ha cumplido, y por eso no ha dado casi ningún resultado. Nuevamente nos enfrentamos a la misma pregunta que nos hacíamos respecto a la LPRL: ¿por qué un Plan que contemplo muchas medidas que inciden en causas importantes de la siniestralidad laboral y puede hacer más efectiva la prevención encuentra tantas dificultades para su puesta en práctica?
Nos encontramos, pues, ante unas propuestas que al menos en parte parecen bien orientadas y que son en gran medida resultado de la acción sindical y de una cierta toma de conciencia social de la gravedad del problema, pero que están teniendo una eficacia muy limitada. Esto es un hecho importante para entender por qué es necesario profundizar en las causas de la precariedad de la salud laboral. En nuestra opinión, estas causas son estructurales, se refieren a la forma en que se organiza el trabajo en nuestra sociedad y a la cultura (los valores, la mentalidad, las actitudes ...) del trabajo que es dominante y que es, a la vez, expresión y sostén del mercado laboral que sufrimos.
El escandaloso incumplimiento de la ley. Un fenómeno muy llamativo es el de la pasividad y permisividad social y de las administraciones públicas frente a la indiferencia y al incumplimiento que existe de la ley por parte de muchos empresarios. Es un hecho francamente escandaloso ante una situación de tal gravedad en la que está en juego la vida y la salud de las personas.
La LPRL y las medidas de choque contra la siniestralidad laboral no han gozado, ni mucho menos, de la misma acogida entre empresarios y sindicatos. los sindicatos han desarrollado una notable actividad tanto en el aspecto reivindicativo como institucional, e igualmente están realizando importantes esfuerzos de participación activa. la actuación patronal, en cambio, parece regirse por un doble criterio: mantener una imagen de interés positivo en el ámbito institucional pero insistiendo en la práctica en un discurso de inaplicabilidad de la normativa que conduce a una situación de inmovilismo, calificada por los sindicatos como de «verdadera desobediencia civil».
El mercado laboral. Las condiciones de trabajo. Lo anterior está muy influido por los límites que representa para la salud laboral el actual mercado de trabajo. las políticas preventivas en salud laboral no pueden plantearse al margen de las políticas sociales y económicas que son las que, en definitiva, determinan las condiciones de trabajo y, por tanto, las condiciones de exposición a los riesgos laborales. Entre estos determinantes, cobra especial relevancia en nuestro país la precariedad laboral.
La precariedad no es fruto de ninguna casualidad. la precariedad y la segmentación de los procesos productivos son dos elementos esenciales en las estrategias empresariales de productividad y competitividad. las políticas de los sucesivos gobiernos han colaborado activamente a esta estrategia. Ello altera sustancialmente las condiciones de trabajo, las relaciones sociolaborales y, por tanto, las bases operativas y las estrategias de prevención de riesgos. Esta estrategia explica, además, la creciente atomización del tejido empresarial español y el predominio creciente de las pequeñas empresas, muchas veces sometidas a la subcontratación de procesos productivos de las grandes empresas. Cerca de] 70% de los accidentes de trabajo se producen en empresas de menos de 50 trabajadores. los trabajadores temporales tienen al menos dos veces más riesgo de sufrir un accidente que los fijos. Pero, además, esta situación plantea serios problemas operativos a la hora de organizar la prevención.
La precariedad evidencia muchas veces la ineficacia de los sistemas de protección, aumenta el riesgo en el trabajo, promueve toda una serie de mecanismos de exclusión sociolaboral y, finalmente, desemboca en un auténtico fracaso de la prevención que se manifiesta en pérdidas de salud que, a su vez, originan nuevas situaciones de precariedad. Estamos ante un círculo vicioso realmente perverso cuyas víctimas son fundamentalmente los sectores más débiles y empobrecidos del mundo obrero.
La falta, de mecanismos ágiles y adecuados para promover la actividad preventiva en las pequeñas empresas y en las situaciones de subcontratación y de trabajo temporal (en las que es muy importante la práctica ausencia de una representación específica de los trabajadores y de un actividad sindical significativa) pone frecuentemente en cuestión la misma operatividad de la LPRL.
Pero esta desregulación del mercado de trabajo no afecta sólo a los trabajadores que sufren más directamente la precariedad laboral. Afecta al conjunto de los trabajadores en el sentido de que ha ido configurando un mercado de trabajo muy segmentado en el que muchos factores presionan a la baja las condiciones de trabajo y, con ello, se incrementan los riesgos para la salud, pues la desregulación da lugar a una posición de debilidad en la que resulta muy difícil conquistar y sostener los derechos laborales. El miedo a perder posiciones o la pura necesidad de subsistir hacen que se acepten ritmos y condiciones de trabajo en los que aumentan notablemente los riesgos para la salud laboral.
En realidad, la aceptación forzada de condiciones de trabajo peligrosas para la salud es una manifestación de que lejos de organizar el trabajo desde la dignidad y los derechos de las personas, éste se organiza en nuestra sociedad desde criterios economicistas, desde la pura lógica del mercado a la que se someten, de hecho, los derechos de la persona que trabaja: lo que se pretende es obtener del trabajo la máxima rentabilidad económica. Ahí es donde encuentran dificultades las respuestas que se dan a la falta de salud laboral, porque en realidad suponen poner dificultades a esa lógica dominante, entran en conflicto con la lógica del mercado: se enfrentan dos concepciones distintas y antagónicas en la forma de entender y organizar el trabajo.
Ignorar esta conflictividad dificulta resolver en favor de las personas el problema de la salud laboral: este es expresión del conflicto que existe en nuestra sociedad entre capital y trabajo.
Desde la perspectiva que domina estructuralmente las relaciones laborales en nuestra sociedad, la prevención de riesgos laborales (como cualquier derecho laboral) se convierte en un coste económico más que se intenta evitar o reducir en lo posible.
En este conflicto es muy importante el papel del movimiento sindical y de los poderes políticos del Estado para garantizar la defensa de los derechos de las personas en el trabajo. Sin embargo, la misma desregulación y segmentación del mercado laboral supone un factor importante de debilidad del movimiento sindical. Y también se ha ido debilitando el papel del Estado, pues hemos ido pasando a una situación en la que el peso está cada vez más de parte de la lógica del mercado y de la no intervención del Estado en esa lógica, lo cual supone una crisis de los derechos sociales efectivos.
La cultura del trabajo. Otro elemento estructural que influye decisivamente en la situación de la salud laboral es la cultura del trabajo que domina en nuestra sociedad. Es una cultura que concibe el trabajo fundamentalmente como un bien económico, como una variable económica más, desde una perspectiva sustancialmente monetarista y consumiste del mismo que sitúa, en el mejor de los casos, la dignidad y los derechos de los trabajadores como un elemento más a tener en cuenta, pero no como el criterio central y básico desde el que considerar y organizar el trabajo.
Esa cultura hace que se perciban como normales cosas que no lo son, por ejemplo, la casi inevitabilidad de que el mercado de trabajo sea como es, que la competencia es muy dura y hay que someterse a la competitividad, aunque tal cosa suponga una degradación tal del trabajo que ponga en peligro la salud de los trabajadores.
Esa cultura explica en buena parte la manera de situarse los empresarios a la que ya nos hemos referido, pero también la de muchos trabajadores que no sitúan en la práctica en primer lugar su seguridad y salud, sino la obtención de más dinero por su trabajo.
Esa cultura también se manifiesta en la falta de una más decidida acción por parte de las administraciones públicas, así como en la, al menos, relativa indiferencia del conjunto de la sociedad ante la situación de la salud laboral. Esta cultura es una expresión del dominio que existe en nuestra sociedad del tener sobre el ser, de las cosas sobre las personas.
Esta mentalidad y forma de valorar influyen también poderosamente en las graves carencias que existen en nuestra sociedad en lo que podríamos llamar la cultura de la prevención, tan importante para defender y promover la vida en el trabajo. la concepción dominante del trabajo socava las mismas bases de la prevención de la seguridad y salud en el trabajo, porque la prevención supone situar como objetivo central unas condiciones de trabajo que primen la dignidad de la persona en el trabajo, supone someter la rentabilidad a la salud de las personas y, por tanto, cuando sea necesario, reducir esta rentabilidad en términos puramente economicistas. Tal cosa suena a imposibilidad para una manera economicista de entender el trabajo, como algo carente de todo realismo. Pero este es el reto que debe afrontar la prevención.
Otro aspecto fundamental, en realidad un componente esencial de la prevención, es lo que podemos llamar la cultura de la participación, que es también muy deficitario en nuestra sociedad. En el tema que nos ocupa, las carencias de la cultura de la participación podemos plantearlas en dos vertientes fundamentales. Por una parte, en la falta de democracia en las relaciones laborales y, por otra, en la escasa participación de los trabajadores en el movimiento sindical.
La democracia en la empresa es una condición fundamental para avanzar en que se sitúe en el centro de la organización del trabajo la dignidad de la persona. La cultura empresarial en este sentido es un grave obstáculo. Por lo general no existe ningún convencimiento ni voluntad respecto a la gestión participativa de la empresa. No se reconoce la capacidad de decisión de los trabajadores en el terreno de la organización del trabajo porque el empresaria considera que la gestión de la empresa es de su exclusiva competencia. En este sentido también es muy importante la escasa predisposición de la mayoría de los trabajadores para participar activamente en la organización del trabajo. la democratización de la empresa necesita también de la voluntad de los trabajadores y de su lucha por conquistar ese derecho.
La escasa cultura participativa también se manifiesta en la escasa participación de los trabajadores en el movimiento sindical, lo que conlleva una notable debilidad del sindicalismo y disminuye su capacidad de intervención efectiva en la promoción de la seguridad y salud en el trabajo. A este hecho no es ajena la poca atención que el sindicalismo ha prestado a fomentar una cultura de la participación entre los trabajadores, así como un modelo dominante de sindicalismo bastante alejado de la realidad de las trabajadoras y trabajadores que más sufren la precariedad, pero también es reflejo de una cultura individualista, muy extendida entre los trabajadores, que predispone a la no participación.
Por último, es también importante resaltar el ambiente negativo que supone la extensión en nuestra sociedad de la insensibilidad y la indiferencia ante lo que no nos afecta directamente de forma individual. Existe una gran desproporción entre la gravedad de la siniestralidad laboral y la escasa reacción social que se produce. El problema no ocupa aún el lugar que merece en la conciencia social. El sufrimiento que representa no ha sido asumido socialmente.
Para promover la vida: por un trabajo sin víctimas
La situación de la salud laboral en nuestra sociedad nos urge a comprometernos activamente por un trabajo sin víctimas, en defensa de la vida.
1º.- Para afrontar este compromiso es muy importante tener en cuenta que hemos de contar con la fragilidad como integrante de la misma condición humana. Esa fragilidad implica que el accidente, la pérdida de salud, siempre es una posibilidad en la vida humana, también en el trabajo. Pero, precisamente por esa fragilidad, es preciso extremar el cuidado de la vida. Y aquí es fundamental ser conscientes de que muchos, la mayoría, de los accidentes y enfermedades profesionales que hoy se producen no son efecto de ninguna fatalidad, sino de que se trabaja en condiciones que ponen innecesariamente en peligro la salud de los trabajadores; son un sufrimiento injustamente impuesto a los trabajadores, porque muchos de los accidentes y enfermedades laborales son perfectamente evitables. De ahí la importancia de combatir la resignación y asumir la responsabilidad de construir unas condiciones de trabajo en las que sea posible mejorar la seguridad y salud de los trabajadores.
2º.- También es muy importante combatir la mentalidad social que diluye las responsabilidades. En nuestra sociedad se está extendiendo peligrosamente la idea de que ante los accidentes laborales todos somos responsables, con lo que se diluyen las responsabilidades concretas y las causas de la falta de salud laboral. Esta mentalidad oculta o ignora el carácter conflictivo de la situación. Es cierto que todos tenemos cosas que aportar, que no es admisible la indiferencia de nadie y que especialmente los trabajadores deberíamos estar interesados en hacer todo lo posible, pero eso no significa que todos seamos igual de responsables. Es verdad que hay algunos trabajadores que son pocos cuidadosos con su salud porque ésta ocupa un lugar relativo frente a otros valores, o por falta de conciencia de lo que representan las condiciones en las que trabajan, o porque se ven obligados a trabajar en condiciones de precariedad o por falta de formación e información. Pero eso no implica que se pueda diluir la grave responsabilidad que tienen quienes incumplen la ley, o quienes imponen determinadas condiciones de trabajo para la mayor rentabilidad de la empresa; no son los trabajadores quienes imponen esas condiciones de trabajo. Tampoco se puede diluir la responsabilidad de las administraciones públicas para hacer efectivo el cumplimiento de la ley y para que se respeten los derechos de los trabajadores.
3º.- Es igualmente importante colaborar a un profundo cambio cultura¡ para construir una nueva cultura de la vida, que se concreta en:
- La proclamación del valor sagrado de la vida y, por tanto, el compromiso por construir condiciones personales y sociales adecuadas para la promoción de la vida en el trabajo,
- La proclamación de la dignidad del trabajo y, por tanto, el compromiso en la defensa de los derechos de los trabajadores y de unas condiciones de trabajo a la altura de la persona.
- La educación de la sensibilidad, el entendimiento y la voluntad para reaccionar activamente ante el sufrimiento ajeno, ante el que sólo cabe una reacción humana: la solidaridad.
4º.- Crear conciencia de la gravedad del problema entre los trabajadores y en el conjunto de la sociedad es otra tarea fundamental. Ayudando a darse cuenta del sufrimiento que encierra esta problemática, a comprender sus causas, a buscar respuestas e«taces, a generar movilización social en torno a la salud laboral. Es fundamental convertir este asunto en una prioridad social.
5º.- De la misma forma, es muy importante fomentar el conocimiento de los derechos y obligaciones de los trabajadores respecto a la salud laboral, para exigir rigurosamente su respeto y cumplimiento en los lugares de trabajo.
6º.- Así como fomentar la cultura preventiva de la salud laboral, para lo cual es fundamental la información y formación de los trabajadores, su participación en la forma de organizar el trabajo en las empresas y la presión social que la haga posible.
7º.- Es esencial combatir la precarización del trabajo, tanto desde la actividad sindical como política, pues ésta es causa fundamental de la siniestralidad laboral; y trabajar activamente por mejorar las condiciones de trabajo y por el respecto efectivo de los derechos laborales, combatiendo la extendida mentalidad de que no hay más remedio que asumir y aceptar lo que imponen las empresas porque es lo que marca el mercado.
8º.- Para hacer posible lo anterior es imprescindible promover la acción sindical como instrumento básico para la defensa y promoción de los derechos de los trabajadores y trabajadoras, difundiendo sus prácticas y propuestas para la seguridad y salud en el trabajo, fomentando la participación en ella de los trabajadores y cuidando especialmente la presencia del trabajo sindical en los sectores del mundo obrero con peores condiciones de trabajo y que más sufren los efectos de la precariedad laboral.
9º.- También es muy importante colaborar a que las comunidades eclesiales crezcan en asumir su responsabilidad en la defensa y promoción de la vida en el campo de la seguridad y salud en el trabajo, como tarea propiamente eclesial:
- Fomentando la conciencia eclesial de lo que implica la práctica de la misericordia y la responsabilidad que le incumbe a la Iglesia y a cada cristiano en la defensa del valor sagrado de la vida a través de un compromiso por la justicia.
- Ayudando en las comunidades eclesiales al conocimiento de la situación de la siniestralidad y la salud laboral, así como a tomar conciencia de las causas y consecuencias de esta situación.
- Promoviendo iniciativas para acoger comunitariamente el sufrimiento que provoca la siniestralidad laboral.
- Promoviendo acciones que expresen la denuncia y el compromiso eclesial en defensa de la salud laboral.
10º.- Es necesario que tengamos en cuenta también la universalidad de] derecho a la salud en el trabajo. Muy especialmente en lo que se refiere a la situación de los trabajadores de los países del Sur, que es extremadamente grave. Y también en lo que significa la situación de muchos emigrantes de estos países en España que sufren de la indefensión y de las peores condiciones de trabajo.
Es muy importante que en nuestro compromiso tengamos en cuenta que la promoción y defensa de la vida en el trabajo también pasa, y de forma muy importante, por la toma de conciencia de la situación de los trabajadores del Sur y por alentar prácticas de solidaridad con ellos.
Madrid, mayo de 2000
Comisión Permanente de la HOAC