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domingo, diciembre 22, 2013


BELÉN
Francisco Botella

PRÓLOGO

Esta historia es de muchos siglos atrás en el tiempo y de muchos años del tiempo de hoy, aún.

El lugar está en Palestina. La trágica Palestina de siempre.

En Palestina está Belén, lo sabemos bien porque todas las Navidades recreamos un escenario con el que queremos recordar ese lugar.

Cada vez que montamos un Belén, con míticos personajes y exóticos paisajes, hacemos una dramatización imaginaria. Imaginaria.

La imaginación expulsa de la realidad los hechos, los proyecta en un marco ya inexistente.
Pero nada ha desaparecido, ni el lugar ni el oprobio. La figurización del Belén se hace para evocar hechos remotos. Es un despropósito porque no se evoca lo que está presente sino lo ausente. Y Belén vive.

Por eso os cuento la historia que recupera las vidas de personas reales, las que siempre han habitado y habitan Belén; son las mismas personas que nosotros reducimos a símbolos y suplantamos con figuritas de juguete para alejar esa experiencia de nuestro mundo. Sin embargo, para tener la experiencia de Belén no hace falta representar un escenario de juguete, basta con una foto, un vídeo, un periódico.

I

Es una chica muy joven. Una joven adolescente todavía. Huérfana de un digno campesino que se negó a abandonar la casa de su huerto, el día que vino la apisonadora a derribarla. La orden de la apisonadora era reducir todas las casas y huertas de la zona a tierra yerma. Se iba a construir un gran muro o se iba a construir un asentamiento israelí. Da igual; el campesino resultó aplastado.

La chica anduvo con su madre y sus otros cuatro hermanos menores mendigando por la ciudad. Sin techo ni beneficio, las calles constituyeron su sitio. Un sitio en el que puedes encontrar subsistencia pero no protección.

No transcurrió mucho tiempo cuando Meriam, la chica, quedó embarazada. En la calle se sobrevive a fuerza del sometimiento comprado o forzado con violencia.

En la cultura de Palestina una madre soltera es una deshonra que suscita la desaprobación y el castigo despiadado de sus paisanos. Meriam fue rechazada cuando no maltratada por su impureza.

II

Ahora vamos a conocer a Yusuf.

Yusuf ya era anciano cuando, también, sufrió la demolición de su casa. Apenas pudo rescatar a su asno y a sus tres ovejas, cuando la máquina arrasó su huerto. Con ser esta devastación una gran desgracia, no fue la peor que se cruzó en su destino. Su mujer murió, tiempo atrás, dejándolo solo. Murió de pena. Una pena que la atenazó desde el día en que le devolvieron el cuerpo de uno de sus dos hijos muerto en la lucha, la Intifada; y, que la llevó a la extenuación, cuando su otro hijo decidió exiliarse para siempre.

La vejez no limó el empecinamiento que Yusuf había exhibido toda su vida. Después de haber perdido su hogar, se rearmó de coraje y levantó con tablas de desecho, recogidas en los múltiples derribos llevados a cabo por los distintos barrios de Belén, una cabaña de madera muy precaria. La cabaña era más mérito del tesón que de su destreza de carpintero. Pero consiguió levantarla en terrenos comunales para resguardo suyo y de sus animales. Estaba en un solar baldío que el Ayuntamiento no le iba a reclamar, por lo menos, mientras viviera. Allí se hacinaban otros desahuciados y algunos refugiados palestinos, formando un campamento improvisado.

Aquella cabaña le servía de vivienda y establo al mismo tiempo.

Montado en su cansado asno, tan cansado como él, Yusuf llevaba a pacer todos los días a sus ovejas a los ejidos aledaños a la ciudad. No desdeñaba recoger por allí, las plantas, semillas y bayas que fuesen útiles, y que, junto a la poca leche que podía extraer, vendía. Esa era su forma de vida. ¡Cuánto echaba de menos su cuidado huerto!

II

Meriam, a pesar de la extrema penuria que padecía, seguía engordando de su embarazo.

Belén cuenta con unos veranos secos y calurosos e inviernos muy fríos.

Acosada por la animadversión y la brutalidad de sus vecinos, Meriam se veía conminada a morar en los arrabales desde que su preñez era inocultable. Aterida, deambulaba expuesta a la intemperie de los descampados que circundan esa ciudad.

Fue por esos lares donde la halló Yusuf, transida de contracciones. Su dolorido cuerpo sobre la hierba rala y arrecida por el inclemente invierno de aquella tierra.

Yusuf se desprendió de su kufiya para abrigarla y como pudo la condujo a su cabaña, a lomos de su burro.
Esa noche, entre la paja del suelo y la ayuda de Yusuf, nace un niño. No sabemos quien le puso el nombre si la madre o el viejo, pero se llamó Isà.

Isá tuvo el calor de los animales y la atención solícita de Meriam, que repuesta con la leche y cocciones de Yusuf, le arrulla con pasión.

IV

Noche fría, cielo raso, luna en cuarto creciente y una intensa luz centelleante como una estrella, o, tal vez, como una bengala de reconocimiento militar lanzado por el ejército israelí.

Ya está el cuadro completo.

Faltan los reyes de Oriente. Están. Pueden ser los sultanes de Qatar, Arabia Saudí y Kuwait. Y son magos; convierten un engrudo viscoso, negro y maloliente en riquezas suntuosas y poder. Por esta razón, precisamente, están atentos a los eventos palestinos. La zona es tablero de su dominio político-religioso. No tardará mucho Isà en conocer los presentes de estos reyes en forma de material bélico y apología para la inmolación personal y colectiva.

Por fin, vigilantes a la población palestina y la deriva que toman sus retoños, están los judíos. Si Isà tiene un día que morir lo decidirán ellos. Pero eso será, a lo mejor, en las tres décadas siguientes.

Hoy es 25 de diciembre en Belén y ha nacido Isà.

Lejos de aquí conmemoran algo del pasado que, sin embargo, sucede el día de hoy.

Kufiya: pañuelo palestino
Meriam: María, en árabe
Yusuf: José, en árabe
Isà: Jesús, en árabe